El pasado 30 de mayo, con 53 votos a favor y una abstención, el congreso de la CDMX aprobó modificaciones a la ley de protección animal que, entre otras cosas, prohíbe las peleas de gallos.

Los diputados argumentaron que con esta ley protegen a los "seres sintientes"! y colocan a la capital de la república mexicana "a la vanguardia" en materia de "bienestar animal".

La medida es un avance en la imposición de la neo-religión del animalismo que está basada en los principios morales del filósofo australiano Peter Singer.

Una ideología que busca "liberar a los animales" de la tiranía que ha ejercido el ser humano, quien, de acuerdo con este pensamiento, es un terrible predador.

La ley debería poner en alerta a todos aquellos que tienen relación con los animales porque busca cambiar los criterios éticos que han regido a occidente en, al menos, los últimos dos mil años.

Una cosmovisión que, entre otras cosas, niega la cadena trófica porque ella implicaría que el ecosistema de transferencias de sustancias nutritivas sea equivalente a que un animal maltrate al eslabón precedente.

Las peleas de gallos tienen su origen en la antigua Grecia, parece que se practicaban desde la época de Temístocles, entre los años 525 y 460 a.C..

En España y Portugal fueron muy populares en la Edad Media. Hay dos teorías de su llegada a México, algunos autores argumentan que fueron traídos de Asía, gracias al comercio transpacífico con Filipinas. Otros dicen que fueron importados de España.

La historiadora Justina Sarabia-Viejo afirma que la primera pelea de gallos en el territorio de lo que hoy es México, se realizó en la playa de San Juan de Ulúa en 1519, al término de la Misa de sábado de Gloria como parte de las atenciones que Hernán Cortés tuvo con emisario de Moctezuma.

El doctor Martín Velázquez Rojas, investigador de Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), señala que es una práctica que se ha negado a desaparecer y que ha conservado su identidad como una cultura de resistencia.

Las investigaciones señalan los gallos de pelea se mantienen con mejor manejo sanitario, instalaciones y alimentación que otros animales con los que conviven.

Esto demuestra que si los diputados de la CDMX estuvieran en verdad preocupados por el bienestar animal, habría antes muchas otras tareas de protección que la prohibición de las peleas de gallos.

El interés real es imponer una ideología. Algo similar consiguieron en Nueva York en octubre del 2019 cuando prohibieron el consumo de foie gras. Afectaron a unos cuantos chefs y a los comensales de restaurantes y tiendas de delicatessen. Pero mandaron un importante mensaje mediático.

Después intentarán prohibir otras actividades en donde el ser humano se relacione con los animales: corridas de toros, equitación, cacería, exposiciones caninas… hasta tratar de proscribir el consumo de toda proteína animal.

Cuando una ideología similar intentó imponerse por la fuerza en Europa a principios del siglo XX, el pastor alemán Martin Niemöller escribió un poema que hemos repetido en varias ocasiones en este espacio ("…Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté porque yo no era judío…").

Un texto que trata sobre la cobardía de los intelectuales tras el ascenso de los nazis al poder y las subsecuentes purgas que sufrieron muchos grupos contrarios al régimen.

Desde esta columna llamamos a los taurinos, a los perreros, a quienes gustan de la equitación y todo el sector pecuario, que no nos quedemos indiferentes ante la prohibición de las peleas de gallos en la CDMX.

Cuando estos grupos de animalistas radicales vengan por nosotros, como decía Martin Niemöller, "no habrá nadie más que pueda protestar".