Con miradas nostálgicas se evocan anuncios publicitarios de antaño que endulzaban este vicio, asociándolo con la sofisticación y el encanto, ignorando por completo sus consecuencias. Sus nombres evocan épocas doradas. La Moderna, El Águila, Tabacalera Mexicana, Fábrica Baloyán, Fábrica La Libertad o Cigarrera Nacional.
El tiempo ha pasado y ahora la sociedad acoge al tabaquismo con una extraña mezcla de condena y tolerancia, concediendo a los fumadores el espacio para evadirse y perderse en sus pensamientos un rato.
Los espacios se van cerrando para los fumadores. Algunas veces en beneficio de la sociedad, como la separación de espacios entre fumadores y no fumadores, y con vistos buenos de la mayoría de la ciudadanía, pues ser fumador pasivo a pocos les agrada.
Otras vistas e implementadas con más recelo. Como la proscripción de exhibir cajetillas en tiendas. O una serie de reglamentos que tornaban imposible el fumar en restaurantes, hoteles o albercas, donde básicamente no se puede dar servicios o consumo de alimentos y bebidas en las zonas destinadas para un cigarrillo. Ambas provenientes de la campaña federal contra el tabaco en la forma del Reglamento de la Ley General para el Control del Tabaco.
Hace una semana la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados (CANIRAC) obtuvo una suspensión definitiva contra el decreto que reformó la anterior ley, allá en la primera quincena del año.
Su razonamiento fue que la reforma no defendía a los no-fumadores, ellos ya tenían sus áreas separadas, sino que establecían una serie de restricciones y prohibiciones en la industria que los obligaría a “discriminar” a los fumadores.
El argumento lo podrá considerar una tomada de pelo o una defensa de las garantías individuales, aunque fue suficiente para que un juez Tribunal Colegiado en Materia Administrativa suspendiera el decreto a todos los afiliados a CANIRAC. Eso sí, siempre y cuando demuestren su afiliación a la cámara y tener licencias vigentes.
Puede que la defensa del juez sea a la libre competencia, libre concurrencia y libertad comercial, pero lo cierto es que en México mueren 51 mil personas al año de manera directa por el tabaquismo, algo así como toda la población de Cuetzalan anualmente.
A lo largo de la historia, los humanos hemos mostrado una atracción innata hacia los placeres sensoriales y las gratificaciones inmediatas. Algunos pueden argumentar que esta búsqueda de placer es una forma de escapar temporalmente de las dificultades y tensiones de la vida cotidiana. Otros pueden verlo como un reflejo de la búsqueda de sensaciones y experiencias intensas que definen la condición humana.
Aunque el fin del tabaco puede que no sea inminente, su evolución está en camino. Así que vamos a seguir fumando, o consumiendo nicotina.
Los primeros en notar esta necesaria evolución son las empresas tabacaleras, que enarbolan campañas impensables. Como “Futuro sin Humo”, no de una fundación contra el cáncer de pulmón, pero del gigante internacional Phillip Morris, dueña de 1 de cada 2 cajetillas legales en este país, Marlboro.
La campaña se centra en destacar que lo que te daña es la combustión, o sea quemar la hierba. De ellos mismos viene la solución. Calentar a altas temperaturas para que se vaporicen los compuestos en vez de combustionar. Los cigarrillos electrónicos que odia tanto el presidente, en buena parte seguro por las fotos de su hijo menor consumiéndolos.
El atractivo de los placeres carnales y el consumo de sustancias puede radicar en la búsqueda de una escapatoria de las tensiones cotidianas, la ansiedad o el aburrimiento, pero en lo que decide, y si ahora no se muere de cáncer, uno sigue llenando los bolsillos de una industria que por comodidad no se destruye por el autocultivo.