Es injusto y desgarrador presenciar cómo los corazones de quienes trabajan la tierra se ven obligados a elegir en la disyuntiva de pagar tributo al inframundo delictivo o enfrentar las consecuencias más nefastas. Los agricultores no solo deben sortear los caprichos del clima y las adversidades naturales, sino también el asedio de aquellos que buscan cosechar ganancias sin sembrar, sin sudar, sin dar vida.

Como una plaga que se cierne sobre los campos de cultivo, la extorsión acecha silenciosamente, intimidando a los trabajadores de la tierra y socavando la esencia misma de la vida rural.

La semana pasada, en la Cámara de Diputados y ante la Comisión de Presupuesto, la directora de censos del INEGI se presentó para adelantar las cifras finales obtenidas del Censo Agropecuario 2022. Con una pasmosa naturalidad, propia de una sociedad adormecida ante la violencia, la funcionaria platicó como el INEGI tuvo que pagarle al crimen para poder entrar a recabar datos.

No hay de que alarmarse, la misma directora adjunta comentó que eran cifras pequeñas. Vamos, peccata minuta, algo así como el secuestro de una persona en los primeros días del censo, lo que la directora Pérez Cadena etiquetó de “un tropiezo”.

La extorsión en el campo está presente en todo el país, en mayores y menores medidas.

Hace diez años, en la zona limonera de Michoacán, la ira se cristalizó contra los Caballeros Templarios en el grupo de autodefensas lidereado por Hipólito Mora. A inicios de este mes fue vilmente asesinado. ¿Fueron los del Cártel Jalisco Nueva Generación, Cárteles Unidos o Los Viagras? La verdad no importa, más de mil balazos calibre .50 destrozaron su vida, sembrando tal terror en la sociedad que el funeral de un hombre a carta cabal estuvo vacío.

En Puebla, nuestro estado, son secretos a voces las intimidaciones contra los agropecuarios. Secuestros y extorsiones en la zona colindante con Morelos, exprimiendo las ganancias azucareras de la zona. En la Sierra Norte, la violencia contra ganaderos y citricultores son el pan de cada día. Como el homicidio del heredero de la célebre ganadería Reyes García, ejecutado a pocos metros de la presidencia de Z. Mena.

Las reacciones sociales van ebullendo. En Ayotoxco de Guerrero aparecieron un par de manos y una cabeza afuera de una de una primaria, junto a una narcomanta que acusaba al destazado de dedicarse al robo de ganado. Otros puntos de la geografía poblana van igual, como el asesinato de otro ganadero en la plaza de animales de San Miguel Zozutla, en municipio de Yehualtepec.

Estamos inmersos en una pesadilla, donde el campo, que debería ser el pilar de nuestro progreso, se ha convertido en el epicentro de una guerra insensata. Hagamos honor a la memoria de aquellos agricultores que, como semillas caídas, han perdido la vida en este conflicto injusto. Es una vergüenza para nuestra nación que la delincuencia haya socavado hasta las raíces mismas de nuestro sustento.