A inicios de mes Sergio Salomón y Manuel Bartlett, gobernador y exgobernador poblanos respectivamente, informaron de la inclusión de Puebla en una inversión –dependiendo de cómo amanezca el dólar– de casi 6 mil millones de pesos. Y todo destinado al municipio de Tlatlauquitepec, específicamente a la Presa de Mazatepec y su hidroeléctrica.

Aunque a Puebla le tocará una pequeña parte del presupuesto, pues se repartirá con otras seis plantas y solo serán trabajos parciales los de la también llamada Presa La Soledad, los caudales de los ríos Apulco y Xiocayucan son valiosos. Quizá demasiados valiosos para crear electricidad.

El agua es un recurso cada vez más difícil de asegurar. Gracias al cambio climático los patrones se han desquiciado. Lluvias que como reloj suizo aseguraban cuitlacoche y chiles locos hoy son de poco fiar. Ahora no aparecen, ahora aparecen torrenciales.

Bartlett ha sido la persona más importante en la historia moderna de las aguas poblanas. Fue él quien planteó y forzó con violencia y mañas el Plan Angelópolis, que entre sus objetivos estaba proveer agua a la capital a través del Sistema Nealtican, que extrae agua del homónimo municipio y localidades vecinas. Además, orquestó los reacomodos administrativos para en su momento concentrar el poder del agua en SOAPAP, en un conflicto que llegó hasta la Suprema Corte y arrastró controversias por toda la década de los 90s.

Eso sí, quedó frustrado su mayor sueño hídrico, uno que hubiera podido ayudar a catapultar sus ambiciones presidenciales, el Plan Moctezuma.

El plan con nombre de tlatoani buscaba construir un acueducto de la zona de Libres-Oriental hacia Puebla capital, con un ramal que llevaría agua hacia una Ciudad de México eternamente abrumada con problemas para suministrar agua potable.

Los agricultores de la región de Libres fueron claves para detener un proyecto que buscaba saciar el déficit angelopolitano de mil trescientos litros por segundo extrayendo un volumen cinco veces mayor.

Trigueros, sorgueros y cebaderos se juntaron en números que rebasaron los diez mil y asustaron a Bartlett Díaz, mismo que ahora regresa fuertemente a la política poblana a través del apuntalamiento de su sobrino y delegado de Bienestar, Rodrigo Abdala, quien pudiera servir como comodín pacificador en Morena y evitar una ruptura al decantarse en la gubernatura por Armenta o Mier.

Aunque se ve remota la posibilidad de revivir los planes de llevar agua de Puebla a la Ciudad de México, nunca es tarde para replantear nuestra relación con el vital líquido.

El agua es demasiado valiosa para usarla como mecanismo para arrastrar los contenidos de nuestros baños, dejarla correr para generar energía, y sí, para desperdiciarla como lo hacemos regando cultivos.

¿Qué queda? La biotecnología, que con la edición genética puede generar plantas resistentes y tolerantes a la sequía. Como modificaciones a los genes que controlan el estrés por falta de agua o la “sudoración” de las plantas, y nos puede entregar cultivos que resistan semanas sin ser regados.

No me canso de decirlo, nuestros ancestros fueron los maestros biotecnólogos de la antigüedad, domando maíces, chiles y calabazas, es nuestro deber histórico ser sucesores de estos sabios, adaptando las soluciones a las necesidades de nuestros tiempos.