En México al juego de la ciencia muy pocos tienen invitación. ¿Son quienes tienen doctorado? Apenas unos 150 mil, menos del 0.01% nacional, y no todos quienes tienen doctorado pueden llamarse científicos.
Es que no son los títulos, pero… ¿lo publicado? Se publica un libro cada siete mil mexicanos. Y menos de doscientos artículos científicos por millón de habitantes. Comparándonos con cosas parejas, Chile hace el triple y Uruguay el doble. Jugamos en la liga entre Panamá y Costa Rica. Ni intente mirar hacia arriba que se le tuerce el pescuezo.
¿Serán quienes forman parte de alguno de los tres niveles del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)? Un mundo aún más pequeño, escasamente 40 mil. En Acatlán de Osorio viven más personas.
Sin embargo, el círculo más sagrado de la ciencia mexicana es una logia. Para entrar, uno tiene que ser referido por un miembro, además de necesitar el visto bueno de cierto número al interior.
Así es la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), apenas 3 mil personas, de reconocido mérito en sus disciplinas, contribuyendo de alguna manera al desarrollo de la investigación en el país.
Pero hay dioses menores y mayores que renuncian voluntariamente al Olimpo para escapar con el fuego del progreso y llevarlo a los mortales. O al menos así se habrá sentido María Elena Álvarez-Buylla Roces, actual titular del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT), que renunció públicamente a la AMC en el día bisiesto del año.
Los argumentos ya los puede ir imaginando. Ciencia neoliberal. Privilegios de grupo. Transferencias millonarias. Cosas que no le importaron en lo absoluto a Álvarez-Buylla Roces cuando se mantuvo por años en el grupo, ganando su fama actual a través de sus reconocimientos, bajando buena cantidad de recursos gracias a su membrete.
Su queja pública es contra los que ella identifica como «adversarios políticos» por haber secuestrado el AMC.
Cabrero Mendoza, quien fungió como director del CONACYT con Peña Nieto —de quien Álvarez-Buylla recibió uno de sus premios más cacareados, el Nacional de Ciencias 2017—. Y contra el actual presidente de la academia, José Antonio Seade Kuri, que no la baja de inútil.
Y aunque debe ser embarazoso ser tachada de incompetente por todos, es complicado compadecerse por alguien que decidió cavar hacia abajo en el pozo de la zalamería, la garatusa y la lisonja al presidente.
Del lado de las metas incumplidas —por pura mediocridad— anote los ventiladores mecánicos y las vacunas Patria, que en ningún momento de la crisis del covid-19 estuvieron, y años de terminada la pandemia no se han consolidado.
Entre los retos imposibles, a los que la titular de la ciencia dijo que sí para complacer al presidente, está el crear un sustituto para la urea y el fentanilo. ¿Tan solo crear alternativas para el fertilizante y medicamento anestésico más útiles del mundo? ¿No cree que si tuviéramos la capacidad de crear una cosa así a la voluntad del chasquido del presidente… seríamos otro país?
Lamentablemente, los errores de la troglodita a cargo se reflejarán por generaciones, como lo demuestra el fiasco de Rizoma. Una plataforma donde se aplicaría a la convocatoria 2023 del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que no funcionó por meses, dejando fuera de convocatorias y becas a toda una generación de científicos mexicanos.
¿Cuánto nos costó el sistema? ¡90 millones de pesos! De los cuales la auditoría federal dice que 57 no tienen por donde comprobarse. Renunciar a la academia de ciencias es la acción más honesta de la titular de CONAHCYT; hace mucho dejó de tener los méritos para llamarse así.