Ayer 8 de abril un eclipse total de sol cruzó el cielo de México y Estados Unidos. En Puebla el efecto general fue menor, apenas bajó la intensidad del brillo habitual, aunque las imágenes de un sol cruzado por una banana de obscuridad serán un recuerdo duradero. Un evento astronómico de gran magnitud que, sin embargo, opacó otra gran noticia celestial: la lucha por la supervivencia del Gran Telescopio Milimétrico (GTM), ubicado en la cima del volcán extinto que conocemos como Sierra Negra en Puebla.
Este telescopio, orgullo de la ciencia mexicana y uno de los más poderosos del mundo, se encuentra en riesgo de cerrar sus operaciones el próximo 31 de agosto por falta de presupuesto. Una parodia mayúscula, pues mientras el cielo se oscurecía con el eclipse, la luz del conocimiento científico también se tambaleaba en nuestro país.
Más de 500 investigadores de México y el extranjero han firmado una carta pidiendo al gobierno que reconsidere la suspensión del GTM. Un instrumento único en su tipo, capaz de captar señales del universo de miles de millones de años atrás, y que ha contribuido a descubrimientos fundamentales como la existencia de un agujero negro en el centro de nuestra galaxia.
Por conseguir esa primera imagen de un hoyo negro, los equipos involucrados ganaron la medalla Albert Einstein y el premio al descubrimiento 2020 de física fundamental. Cualquier medalla olímpica se queda chiquita.
En un país como México, donde la inversión en ciencia y tecnología suele ser relegada a quinto plano, el GTM representa un faro de esperanza. Un oasis de conocimiento en medio de un desierto de recortes y desidia. Su cierre sería un golpe irreparable para la comunidad científica nacional, un retroceso en nuestro camino hacia el desarrollo y un mensaje desalentador para las nuevas generaciones.
El golpe abofetea con ironía a Puebla, pues de los más de mil investigadores de Puebla empleados por Sistema Nacional de Investigadores (SNI), el área que cuenta con más adscritos es la de Físico-Matemáticas, una quinta parte, 314 de ellos se quedarán sin el máximo símbolo de ciencia en nuestro estado.
El GTM no es solo un telescopio, es un observatorio con vista al futuro. Un portal que nos permite asomarnos a los misterios del universo y comprender nuestro lugar en él.
Sus descubrimientos han inspirado a jóvenes a seguir carreras en ciencia e ingeniería, parados en hombros de los gigantes que ayudaron a construir este ecosistema de ciencia: José Luis Alva Lechuga, Guillermo Haro Barraza, Luis Enrique Erro o Alfonso Serrano Pérez-Grovas.
Existen tres posibles vías para salvar al GTM. Ampliar el presupuesto del INAOE (Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica), ampliar la prórroga del fondo binacional con Estados Unidos que lo fondea o discutir un nuevo presupuesto.
Nada de lo anterior pinta para pasar con este gobierno, y francamente solo será un parche para una de las grandes deficiencias nacionales: apreciar el conocimiento, hacer atractivo el saber, que la sociedad fantasee con los científicos e ingenieros, en vez de la inmundicia que levanta los clamores populares de nuestro país.
Quizá en algunas décadas o siglos. Somos un país joven e inmaduro, de menos de doscientos años de edad, un parpadeo en la danza del cosmos. Afortunadamente la ciencia es una empresa cooperativa, que se extiende de generación en generación. Nosotros no somos parte del universo, somos el universo, y cuando entendemos eso, o cualquier otro fenómeno alrededor nuestro, es la máxima sensación de poder. Sapere aude.