El nuevo etiquetado de alimentos y bebidas no-alcohólicas —ni tan nuevo porque se promulgó en 2020— irrumpió en el escenario de los abarrotes con una contundencia que dejó a muchos consumidores atónitos. No se puede negar que ha traído consigo un cambio radical en la forma en que percibimos lo que comemos y bebemos.
Adiós al Tigre Toño, al Gansito Marinela o al Tucán Sam. Cajas de cereales, bebidas azucaradas y demás «alimentos» (entre comillas por la nula nutrición que aportaban) se quedaron desnudas ante la decisión de un etiquetado que erradicó con los ganchos publicitarios que apuntaban a los más chicos del hogar, y otros no tanto.
Entre hipercalóricos, hipergrasos o hiperazucarados la medida fue brutal, 9 de cada 10 productos terminaron con al menos un sello, cosa que por sí misma valida la necesidad de re-etiquetar. Es cierto que las mascotas empresariales pueden resultar atractivas y memorables, pero ¿a qué costo?
Algunas marcas han optado por reformular sus productos para cumplir con los estándares exigidos por la ley, mientras que otras buscan alternativas como la introducción de versiones «light» que permitan mantener la presencia de las queridas mascotas en los estantes de los supermercados, intercalando cajas de cochinadas con… cajas de cosas menos cochinas.
Decenas de empresas también interpusieron amparos, claro, usando sus marcas menos agresivas para llevar el proceso judicial. Tres pasaron a la ronda final en la Suprema Corte.
Pensaría que Coca-Cola es una cínica si busca un amparo contra un etiquetado que nos recuerda que cada «coquita de 600» tiene 9 cucharadas de azúcar. Y recuerde que ya la reformularon, hace unos años tenía ¡13! el equivalente al 250% de todo el azúcar diario que necesita un adulto.
Ahora, si ve que la demanda la puso Santa Clara, la de la leche y los helados, la cosa se suaviza. Aunque sean de la misma empresa.
La reciente resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) sobre el etiquetado marca un hito en la defensa de los derechos fundamentales de los consumidores mexicanos, dejando claro que el etiquetado no es una mera formalidad, sino una herramienta indispensable para proteger la salud pública y garantizar el derecho a una alimentación nutritiva.
También se le dijo a Coca-Cola (Santa Clara) que no fueran tan pinches cínicos, pero con tantita más sutileza legislativa; desestimando los argumentos de la empresa promovente, dejando en claro que el interés comercial no puede estar por encima del derecho a la salud y la protección del consumidor. Ajam.
Esta propuesta derivó de la ponencia del ministro Alberto Pérez Dayán, asentando la constitucionalidad del etiquetado, con dos batallas más por dar, el amparo de los refrescos Barrilitos y los de los enlatados Herdez, mismas que se discutirán en semanas siguientes.
En los vericuetos de la justicia, el etiquetado será el lenguaje que revela la verdad oculta en cada bocado, pero si tiene más de tres hexágonos… sabrá que va por algo sabroso. El espíritu es fuerte, pero la carne débil.