La apreciación de una corrida de toros, como arte que es, se mueve entre lo objetivo, lo subjetivo y, a veces, hasta lo caprichoso.
La faena de Andrés Roca Rey al quinto toro de Victorino Martín en Sevilla el sábado 13 de abril 2024 me hizo reflexionar sobre este debate que ha estado presente siempre en la historia del arte.
Para los antiguos griegos, lo bello se entendía como un concepto objetivo, lógico y racional, asociado a las leyes de la naturaleza. Para que una obra humana fuese considerada bella ésta debía responder a los cánones análogos a las leyes eternas que regulan el comportamiento de la naturaleza. El canon expresaba lo esencial, lo proporcionado, lo armónico, lo ideal y aspiraba a la perfección.
Inmanuel Kant ubica al arte en el marco del placer estético. Para él, la belleza artística es subjetiva en el sentido de que depende de la respuesta individual del espectador. Lo estético pertenece a la esfera de la sensibilidad.
Bajo esta perspectiva, el arte se convierte en una construcción cultural cambiante. La interpretación de una obra de arte responde a una mirada específica.
La experiencia estética, entonces, es subjetiva y depende de la respuesta personal del espectador que se ve influenciada por el contexto.
Sólo así podemos entender lo que sucedió en Sevilla con Andrés Roca Rey. El toro era fiero y se quedaba corto. Las dificultes se observaron en el agobio que sufrió Borja Jiménez al intentar un quite por chicuelinas. El victorino era pegajoso y arisco.
Roca Rey le planteó cara con claridad, bajándole la mano para someterlo. Cuidó que el toro no rozara las telas y, pese a sus condiciones, lo llevó muy largo, dándole profundidad a los muletazos.
La faena fue de menos a más. Terminó con dos tandas de derechazos ajustados, llenos de poderío y temple. Conforme la faena crecía en estética, aumentaba la hostilidad del público. La frialdad inicial se convirtió en pitos.
El juicio del público de la Real Maestranza no respondió a los valores estéticos de la faena, sino al pleito que el peruano tiene con el sevillano Daniel Luque que el día anterior había salido por la Puerta del Príncipe.
El filósofo británico Roger Scruton retoma a los griegos clásico y dice que los juicios sobre la belleza no deberían ser subjetivos ni arbitrarios.
Asocia la estética con la ética y defiende que la belleza es un valor real y universal arraigado en nuestra naturaleza racional. Al vincular lo bello con lo bueno, para Scruton el arte debe llevarnos a la búsqueda de la verdad.
Aunque suene interesante y hasta seductor el pensamiento idílico de Roger Scruton, en la realidad no se sostiene. Los seres humanos somos "sujetos", por lo que difícimente podremos ser "objetivos" ante manifestaciones del espíritu.
Si una de las plazas de toros en donde se observa mayor solemnidad y conocimiento por parte de los aficionados como Sevilla, tiene actitudes localistas y caprichosas, qué podemos esperar de Madrid –influida por los radicales del 7–, o la México a la que asisten más de cuarenta mil espectadores en donde hay desde los más severos entendidos, hasta los festivos villamelones.
Lo que queda claro es que para sostenerse como figura, un torero no podría echarle la culpa al público. El arte es una manifestación de las emociones, ideas y valores del artista.
Solo aquellos que cultivan la autenticidad y la expresión personal, pero que son sensibles al contexto cultural trascienden y se convierten en figuras de época.
La clave está en lograr un diálogo y una conexión emocional que resuene en las sensibilidades de los espectadores en un momento específico. Y así lo hizo Roca Rey una semana después en Sevilla triunfando en grande y abriendo la Puerta del Príncipe.