México arde. No hay otra manera de ponerlo. Nos encontramos atrapados bajo un domo de calor. Este fenómeno meteorológico, digno protagonista de novela distópica, consiste en un área de alta presión atmosférica que se aposenta sobre una región, atrapando el aire caliente como si de un horno se tratara. El domo actual se ha calculado en más de una semana. Y así, el aire se calienta, nosotros sudamos, y la naturaleza sufre.
Los efectos de este calor, parte del cambio climático y aderezado por los fenómenos del Niño-Niña, se sienten de todas partes del país.
Desde Oaxaca llega la noticia del incendio en su parte de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, que lleva más de 20 días en llamas. La Comisión Estatal Forestal de Oaxaca ha informado dos veces que el fuego se ha controlado, para que al día siguiente se reavive por las fantásticas rachas de viento que cruzan la zona.
En el país la tragedia se manifiesta en la pérdida de sus criaturas más emblemáticas. La muerte masiva de búhos, tucanes y periquitos son muestra aviar de la amplitud geográfica de la tragedia.
Monos saraguatos, criaturas majestuosas y vitales para nuestros ecosistemas, han caído víctimas del calor y la destrucción de sus hábitats. Testigos mudos de nuestra incapacidad para cuidar el entorno, caen en una batalla desigual. Más de 80 monos saraguatos han muerto entre Chiapas y Tabasco, dejando un vacío irremplazable en los ecosistemas locales.
Y si la naturaleza sufre, la naturaleza creada por humanos no se queda atrás. Agricultura y ganadería, pilares de nuestra seguridad alimentaria, enfrentan una amenaza. Los campos, secos y agrietados, claman por el agua que el cielo se niega a dar.
Los sistemas de riego, agotados, no pueden seguir el ritmo de la evaporación acelerada por el calor extremo, lo mismo que el ganado, que sucumbe ante un calor que lleva a su metabolismo al límite.
No tiene sentido sembrar, la planta no tendrá el auxilio de una lluvia de temporal para agarrar fuerzas y crecer. Aquellas flores que se convertirían en frutos comienzan a ser abortadas, pues el árbol se sofoca y prioriza sobrevivir.
El calor que nos azota esta primavera es un recordatorio de los desafíos que el cambio climático nos impone. Sus efectos en el medio ambiente, la fauna y la agricultura son evidentes y devastadores. Enfrentar este fenómeno requiere de una respuesta coordinada y urgente.
Y de repente algunas puntadas controversiales, como una que surge de Cataluña: convertir las piscinas privadas en refugios climáticos abiertos al público.
Imaginemos el alivio de una piscina privada, ahora transformada en un oasis accesible a todos. En Cataluña los ayuntamientos decidirán qué albercas pueden servir como «refugios climáticos», ofreciendo un respiro en medio del sofocante infierno.
¿Se imagina una medida así en Puebla? De facto El Cristo, en Atlixco, la mayor concentración de albercas del estado, sería de la noche a la mañana el balneario de la Mixteca, así como La Vista sería lo propio para Castillotla y San Ramón. Sin duda que con estos calores uno ve cosas que no.