Hubiera sido considerado como una fantasía absurda —hace pocos cientos de años— pensar en subirse a un barco como diversión. La sola mención de embarcarse evocaba imágenes de piratas atroces, naufragios inevitables o la exploración incierta de nuevos territorios.

Ahora los cruceros son una industria que ofrece lujo y entretenimiento en altamar. La transición de lo temido a lo domesticado es un testimonio de nuestra capacidad para transformar lo desconocido en algo placentero.

Hoy vemos el inicio de una transición similar respecto al espacio. La idea de elevarse algunos kilómetros del suelo hacia el inhóspito cosmos está empezando a tomar forma como nueva frontera turística. Conquistada y domesticada, paso a paso. Comenzamos con la atmósfera, el manto gaseoso que rodea nuestro planeta.

En lugar de vigorosos cohetes que nos lancen violentamente al espacio exterior, buscamos ascender con gracia en globos y cápsulas presurizadas. Esta forma de viaje, lenta y contemplativa, no solo ofrece una perspectiva única, sino que también suaviza el impacto ambiental y democratiza el acceso a las alturas estratosféricas.

¿Cuántos kilómetros arriba? Unos treinta —el espacio está a cien, el Popocatépetl mide cinco— suficientes para poder distinguir la curvatura del planeta, una vista inalcanzable en la Tierra. Estamos en la época de la humanidad en la que esa frase tiene sentido.

Un viaje a esa altura es suficiente para ver a más de 700 kilómetros a la redonda. Es decir, si levanta vuelo sobre Puebla, al mismo tiempo podría ver la frontera gringa en Tamaulipas y la guatemalteca en Chiapas. Experiencia imbatible.

Empresas visionarias y privadas están liderando este nuevo capítulo en la historia del turismo. World View y Space Perspective, con sede Estados Unidos, o Zephalto en Francia, han levantado más de doscientos millones de dólares para su proyecto de turismo estratosférico. Todas con fechas indefinidas y varios años en el horizonte para alcanzar a ser comerciales.

Mientras que vuelos de empresas como SpaceX, Blue Origin o Virgin Galactic ofrecen el breve pero intenso sentimiento de ingravidez, los viajes en globos estratosféricos son más comparables a un vuelo en avión, sin necesidad de equipo especializado o entrenamiento riguroso.

Las cápsulas están diseñadas para ser cómodas, permitiendo disfrutar de comidas de calidad, acceso a internet y vistas panorámicas desde casi cualquier ángulo. Los precios son más accesibles en comparación con los vuelos de cohetes, con boletos que buscan estar entre los $50,000 y $200,000 verdes por asiento. No es ir a las grutas de Cacahuamilpa pues.

A pesar de que no se llega al espacio exterior según las definiciones, la experiencia deberá ser única. Vista de la curvatura del planeta, cambio de día a noche, formación y movimiento de los sistemas climáticos en tiempo real

Nuestra Agencia Espacial Mexicana —promesa que existe— está lejos de desarrollar capacidades que nos lleven al espacio exterior. Sin embargo, el ascenso a la estratosfera es una meta alcanzable y llena de potencial. No solo ofrece vistas, abre oportunidades en telecomunicaciones, manufactura de chips y el desarrollo de una política industrial espacial propia para los próximos 50 años.

Esa última frontera, que nuestros ancestros solo podían imaginar como residencia de deidades, la estamos domesticando. Vamos en globos, subimos despacito, y desde arriba miramos abajo, buscando sensaciones de asombro que pongan en perspectiva nuestra pequeñez.

En el fondo hay una melancolía. Porque el espacio, como los océanos, la Antártida, o las ruinas de la pirámide de Cholula antes de él, pierde algo de su magia cada vez que lo hacemos más accesible. La oscuridad infinita, el silencio absoluto, y la soledad majestuosa del cosmos se verán para siempre empañados por la trivialidad de nuestra presencia y un grupo de jubilados pasándosela bomba en sandalias desde el espacio.