Las discusiones legislativas de nuestro Senado y Cámara de Diputados se restringen a los mismos temas. Viciados. Enlodados. Arrastrados entre la politiquería del pasado. Nuestros legisladores tienen en sus manos la capacidad de cambiar el rumbo de la historia, pero muchas veces no se enteran.

Desde hace más de un siglo los autos han sido una parte integral de nuestras vidas. La gente se ha acostumbrado al rugido de los motores, al zumbido de los tubos de escape, al eco de las vibraciones resonando en las calles. Sin embargo, con la llegada de los vehículos eléctricos, nos encontramos en un punto de inflexión. Estos autos son silenciosos, casi como si deslizaran por la carretera en un sigilo inquietante. Y eso plantea una pregunta fundamental: ¿a qué debería sonar un coche eléctrico?

Desde 2019, los reguladores en la Unión Europea y Estados Unidos han exigido que los vehículos eléctricos e híbridos emitan sonidos a través de un sistema llamado AVAS (Sistema de Alerta Acústica de Vehículos), lo cual le quitó la responsabilidad al estado mexicano de hacer estudios para una legislación así de complicada.

Este sistema debe cumplir con ciertos estándares de volumen y frecuencia, asegurando que los autos sean audibles sin ser perturbadores. Tienen que crear un sonido que sea audible y seguro, pero también agradable. No es fácil evitar que el sonido sea monótono o artificial, especialmente cuando debe ajustarse dinámicamente a la velocidad del vehículo.

Sea como sea, ya quedó, pero con sonidos no adecuados a los entornos mexicanos, a nuestros ruidos, a nuestras calles, a las verdaderas necesidades. Una calle mexa promedio está muy alejada de los estándares medidos en Europa o Estados Unidos.

Para todo el ecosistema de carga de autos eléctricos nos pasó lo mismo. No basta con enchufarlos y listo. Se necesita una infraestructura robusta, interoperable y accesible para todos. Y chance acá fue peor, porque el estándar de la industria no es el de un país o bloque económico, sino el que terminó dictando una sola persona llamada Elon Musk.

Firmamos declaraciones grandilocuentes, hace algunas semanas el primer tratado internacional para luchar contra la biopiratería, pero nuestra ley de bioseguridad de organismos genéticamente modificados es un verdadero dinosaurio. No solo es obsoleta, sino que bloquea cualquier posibilidad de que nuestros recursos genéticos compitan en el mercado global. Una trampa que condena nuestro potencial al olvido.

Nuestros legisladores, cómodos en la ignorancia, no entienden que tienen una oportunidad única en la historia. No se trata solo de legislar sobre coches eléctricos que ya están en nuestras calles. Se trata de anticipar el futuro y estar preparados para los cambios que ya están aquí, tocando a nuestras puertas.

Si miramos más allá, los desafíos son fascinantes. Los próximos congresos y senados mexicanos tendrán que legislar sobre temas que parecen sacados de una película de ciencia ficción, y tan solo muestra con lo que tenemos arriba de nuestras cabezas: exploración y navegación espacial, minería de asteroides, manufacturas en el espacio, turismo suborbital. Todos los anteriores temas tienen startups, empresarios y capital apostando en este momento en Estados Unidos, Europa, Japón o Sudáfrica.

Los legisladores modernos tienen una oportunidad histórica para legislar en temas que sacudirán nuestra civilización. Necesitamos legisladores con la capacidad de ver más allá del barro en el que estamos atrapados, mientras seguimos enfrascados en los mismos temas de siempre, el mundo avanza sin nosotros. Nadie de los dinosaurios de antaño le verá el interés a estos temas, al menos por el cinismo de ser los primeros que se motiven nuestros legisladores