Con una prisa tan inusual como incomprensible, el día de ayer, los diputados locales aliados a la 4T decidieron cumplir con la línea emanada de Palacio Nacional, en un proceso relámpago mediante el cual aprobaron la Reforma Judicial.
En descargo de los legisladores poblanos, hay que decir que el nado sincronizado no fue en la piscina estatal, sino que este se dio en cadena nacional.
No era opción aplazar la sesión, mucho menos diferirla a una fecha que permitiera un amplio debate.
La instrucción para los congresos donde gobierna Morena fue clara y precisa: “es para hoy”.
Y es aquí donde abro el tema a la reflexión.
¿Para qué acelerar una aprobación de reforma constitucional, cuando sabemos que su implementación será hasta el año siguiente?
Muy simple, la Reforma Judicial tiene un fondo real, que nada tiene que ver con la mejora de este Poder, ni con la impartición de justicia y mucho menos con una lucha anticorrupción. Se trata única y exclusivamente de saciar la sed de venganza del habitante de Palacio.
Por eso es que la aprobación no podía esperar, ya que la publicación debe ser en este mes y de preferencia en esta misma semana.
Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale. Y para AMLO es claro que esta era una guerra sin cuartel.
No sólo se trataba de ganar una batalla, sino de exhibir a los vencidos, humillarlos y restregarles en la cara el triunfo.
Un triunfo que no es de nadie más que del Presidente y que beneficia únicamente al propio Presidente.
Aquí no hay más ganadores que YSQ; y aunque somos muchos los que sabemos de las nefastas consecuencias, el resto que hoy celebra, se irá enterando con el tiempo.
Por lo pronto, AMLO logró concretar su venganza y quiere poder colgar la cabeza de la justicia y de los ministros opositores en plena plaza pública antes de culminar su primer mandato.
Es el nuevo México que nos tocó vivir y al final de la historia, se confirma que la Silla Embrujada —como la llamó Emiliano Zapata—, no ha perdido sus poderes.