La energía nuclear llegó a México como una promesa de modernidad y poderío. La década de los setenta fue testigo de un país que, con la construcción de la Central Nuclear Laguna Verde, quiso encender una llama en el horizonte de la autonomía energética. Laguna Verde, ubicada en Veracruz, no solo era un hito de la ciencia y la tecnología nacional, sino un símbolo de que México podía apostar por la energía del futuro. Sin embargo, este proyecto, que empezó con la esperanza de una nueva era y comenzó a trabajar en su totalidad 19 años después de la primera piedra, se ha convertido en un espejo de nuestros problemas estructurales.

Hoy, la central de Laguna Verde enfrenta una serie de fallas que han puesto en duda su capacidad de operar con seguridad y eficiencia. A lo largo de este sexenio, los problemas se han agudizado, convirtiendo a la planta en un recordatorio de los riesgos que implica la desatención y la falta de inversión en mantenimiento adecuado. Se han registrado numerosas fallas técnicas, cortes de operación y problemas de corrosión en componentes clave de la infraestructura. Estas fallas han provocado alertas nacionales e internacionales, y con ello, una serie de críticas que subrayan la vulnerabilidad del sistema eléctrico mexicano cuando depende de una fuente energética tan compleja y sensible. Mientras tanto, los organismos de regulación y las autoridades energéticas parecen estar más preocupados en mantener las apariencias que en garantizar la seguridad de millones de mexicanos que dependen del buen funcionamiento de esta planta.

En medio de este contexto, Claudia Sheinbaum, con la promesa de continuidad que sugiere la Cuarta Transformación, ha tomado una postura clara respecto al futuro de la energía nuclear en México: no habrá nuevas plantas nucleares bajo su administración. Ha preferido, en cambio, desmarcarse de cualquier intento de promover esta fuente de energía y ha puesto el foco en lo que ha llamado «energías limpias».

Para Sheinbaum, el sol y sus radiaciones parecen ser la respuesta a las necesidades energéticas de un país que busca despetrolizar su matriz energética. Así, la narrativa de la energía limpia ha llegado para teñir de optimismo los discursos, pero deja un vacío evidente: ¿qué haremos cuando las nubes cubran el cielo y el viento deje de soplar?

El sueño de transición energética de Sheinbaum enfrenta un desafío que no puede ignorarse. Las energías renovables son el camino para un futuro más sustentable, pero su intermitencia las hace dependientes de una estructura que garantice un suministro constante.

Las noches oscuras y los días sin viento desnudan la vulnerabilidad de un sistema basado únicamente en fuentes renovables, especialmente sin el desarrollo cercano de megabaterías para estos propósitos. Y es en este vacío, en esa necesidad de una energía constante y confiable, donde la energía nuclear encuentra su justificación. Porque a pesar de los problemas de Laguna Verde, la energía nuclear sigue siendo la fuente más eficiente que no depende de los hidrocarburos y que puede funcionar como un puente sólido hacia una matriz energética realmente diversificada.

México, al renunciar a la energía nuclear de forma tan tajante, parece apostar por un romanticismo verde que puede resultar peligroso si no se complementa con una mirada realista sobre las necesidades energéticas de un país en crecimiento. Al descartar el uso de la energía nuclear, Sheinbaum y su administración parecen olvidar que un sistema energético necesita equilibrio, y que entre la ilusión de los paneles solares y la realidad de los apagones, existe un espacio que la energía nuclear, con toda su complejidad y riesgos, podría llenar. En un mundo ideal, el sol nunca se oculta y el viento siempre sopla, pero mientras tanto, México sigue teniendo noches y días de calma. Y en esos momentos, la promesa nuclear sigue brillando, tenue pero constante, en el horizonte de nuestras posibilidades. ¿No teníamos una presidenta experta en energía?