Codex Alimentarius no es una serie de Netflix ni un libro de hechicería medieval, aunque el nombre le haga méritos. No es otra cosa que el conjunto de reglas internacionales — diseñadas por el brazo alimenticio de la ONU, la FAO — que dictan qué, cómo y en qué condiciones pueden comercializarse los alimentos en el mundo. Es, básicamente, el manual de instrucciones del abasto global. No es exagerado decir que de estas normas depende buena parte del abasto mundial de alimentos.
Dentro de este universo reglamentario, existen diversas comisiones especializadas que se encargan de afinar los detalles de lo que puede y no puede considerarse legítimo en el tablero global. Entre ellas está la de «Frutas y Hortalizas Frescas», que ha encontrado en México su casa predilecta, pues de las 22 sesiones que ha celebrado históricamente, 20 han tenido lugar en nuestro país. Mañana —con la Secretaría de Economía como anfitrión— inicia la 23ª edición a tambor batiente.
Podría parecer broma que naciones dediquen días a discutir la cantidad de humedad de una hoja de curry para ser exportada, o qué significa "fresco" cuando se dice que un dátil es fresco, (los dos temas más relevantes de esta sesión) pero lo cierto es que estas minucias definen el destino de millones de dólares en comercio agroalimentario. Para quienes piensen que estos temas son una chorrada, vale la pena recordar que las normas internacionales del comercio agropecuario son la diferencia entre vender toneladas de aguacates a Japón o ver cómo se pudren en las fronteras porque algún inspector halló una mosca sospechosa en un embarque.
El problema con las reglas del comercio agropecuario es que, como toda legislación, tienen la flexibilidad de la necesidad.
Y si no, el caso del comercio mexicoamericano de bovinos. Donde los productores de ganado mexicano vieron cerradas las exportaciones a Estados Unidos por tres meses tras la detección de larvas de gusano barrenador en sus animales. Un golpe de más de 300 millones de dólares en pérdidas.
Apenas a inicios de este mes, se permitió de nuevo la reexportación, aunque con reticencias y regañadientes por parte de los estadounidenses. El problema es que el gusano barrenador sigue apareciendo. Hace apenas una quincena, en Campeche, la semana pasada, en Tabasco. Los gringos, que normalmente cerrarían la frontera sin pestañear, esta vez salieron a avisar que ya estaban atendiendo las causas del problema. Saben que, sin el ganado mexicano, su mercado no encuentra rentabilidad.
Aquí la pregunta es hasta dónde pueden estirar la liga. México seguirá registrando casos de gusano barrenador a lo largo del año, mientras que en Honduras ya apareció el primer caso de miasis en humanos, que es una forma elegante de decir que una larva ya encontró su camino dentro de una persona.
Y si alguien se pregunta cómo regresó esta plaga que teníamos erradicada en todo el país desde 1990, la respuesta está en la apertura indiscriminada de importaciones de carne centroamericana hace un par de años, en un intento del gobierno de AMLO por contener la inflación. La jugada no solo no redujo precios, sino que ahora andamos jugando con los gringos una ruleta rusa de sanidad animal.
Esta quincena la inflación tuvo su menor incremento en cuatro años, pero incremento es incremento, aunque sea del tres punto cinco. Si suma lo que han subido los bienes agroalimentarios en el sexenio pasado le va a dar un número como de 40%, algo que hace más sentido con su bolsillo.
Si va a 180 km/h sin frenos lo que quiere saber es como retomar el control sin reventarse la trompa. Lo único a la vista — 4 de marzo — es una rampa de emergencia llamada «Trump & 25% de Aranceles», lista para destrozarnos la carrocería de la economía.