Israel Pérez López
Estimados hermanos, nos acercamos a celebrar el Misterio Pascual en la próxima Semana Santa, la Pasión, Muerte y Resurrección, centro de la fe del cristiano y que en este domingo el Señor nos invita a poner nuestra vida en sus manos. El Evangelio del quinto domingo de Cuaresma narra la resurrección de su amigo, Lázaro, quien antes de morir había caído enfermo.
Las hermanas Marta y María mandan llamar a Jesús, quien se encuentra lejos, pero cuando Jesús llega, Lázaro había fallecido hace 4 días y su cadáver estaba en la tumba. Hay luto entre la familia, ante esta realidad Jesús se conmueve, van al sepulcro, ordena que se quite la piedra y le pide a Lázaro que salga de ese lugar: sucede el gran hecho extraordinario, su amigo resucita.
En este caso las historias del Evangelio nunca se escriben sólo para ser leídas, sino para ser revividas. La de Lázaro ha sido descrita para decirnos esto: hay resurrección del cuerpo y del corazón; si ésta va a tener lugar “en el último día”, la del corazón puede ser cada día. Hoy mismo*. Este conmovedor milagro de Jesús nos hace reflexionar a la vez de la resurrección en el último día, sin embargo, también trata de los corazones a la esperanza.
Por eso, lleno de comprensión y amor, sabiendo lo que las hermanas de Lázaro y la comunidad estaban sufriendo, Cristo se acerca para ofrecerles el consuelo y la esperanza definitiva: conocer el misterio de la vida y de la muerte. ¡Ha venido a sacarnos del sepulcro, de una existencia “sin más horizonte que la materia”, demostrándonos que Él es Dios! (cfr. 1 Lect. Ez. 37, 12-14). Viene a cada uno de nosotros a través de su Palabra, de los sacramentos, de la oración y de gente buena para darnos su paz, cuando nos vemos sumidos de pena por la muerte de su ser querido o angustiados al sentir que se acerca nuestro fin, y cuando nos sentimos solos, sin esperanza, se acerca para levantarnos**.
El gran amor de Jesús por quien es su amigo lo hace que se presente en las situaciones más difíciles y complicadas. La muerte y la corrupción no logran mantenerlo lejano y su presencia nos llena de una sana esperanza. Ahora, igual que en aquel tiempo, nos ordena quitar la piedra que cubre la vida y que confina a la oscuridad. Ahora también nos pide creer y comprometernos con Él, que es la vida. A pesar de todos los obstáculos, la invitación de Jesús a creer, la invitación de Jesús a la verdadera vida, sigue en pie.
De la fe nos lanza a la acción, pero de una verdadera fe, la misma que ha exigido a Marta. No solamente creer teóricamente en la resurrección, sino experimentar vivamente que Jesús es ella y la vida. Y no habla Jesús de una resurrección allá, lejana, al final, sino que nos manifiesta su compromiso por la vida ahora, aquí, en medio de todo.
“El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”… ¿No te he dicho que si crees, verás las glorias de Dios?”. Junto a la resurrección, el segundo acento es la fe. Es la fe en el Señor Jesús la que abre a los hombres la participación en su vida. Aquí aparece el sentido pleno de la vida que Jesús trae a la humanidad mortal.
Es la vida nueva, resucitada en su Espíritu; los cristianos, por la fe y el bautismo, participan del Espíritu de Cristo y aparece en la fidelidad vivida de toda una vida santa***.
Por eso la muerte, el dolor y la angustia, no son lo último, ni lo definitivo, tenemos que fortalecer nuestra fe en Jesús, que nos impulsa a dar paso a la esperanza y a la serenidad. Sí, entonces nuestra fe ha de iluminar los rincones más oscuros del alma, ha de recordarnos que detrás de la muerte está la vida. Hemos de pensar que la separación no es definitiva, sino provisional, porque la vida se nos transforma, no se nos arrebata. En la resurrección de Lázaro, Jesús muestra su poder, adelanta su triunfo final sobre la muerte. Así, pues, este prodigio es una primicia del botín definitivo, cuyo comienzo será la pasión y su final jubiloso, la grandiosa alegría del aleluya de la Pascua del resucitado. Feliz domingo y que Dios los bendiga.
*Cantalamesa, R., Echad las redes, ciclo “A”, Ed. Edicep, Valencia, 2013, p. 109.
**Lira Rugarcía, E. ¡Celebrar al Señor es nuestra fuerza!, ciclo “A”, p. 82.
***“Actualidad Litúrgica”, No. 255, p. 45.