Jesús, al ver a la multitud, tuvo compasión porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces, dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores para la cosecha”.
Cristo convocó a sus 12 discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. A ellos los envió con las siguientes instrucciones: “Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”.
Este es el primer envío o misión que Jesús confía a los 12 apóstoles. El Señor ha llamado a los que Él ha querido y ahora los manda a anunciar la Buena Noticia del reino. Cristo mismo los nombra “apóstoles” y en este primer proyecto misionero les ordena que no salgan del país, sino busquen las ovejas perdidas de Israel.
Esta es también la misión fundamental que le ha dado el Padre. Tiene que ir caminando y anunciando que el reino de Dios está cerca.
Junto con el mandato, les delega su poder de sanar enfermos, curar leprosos, echar demonios y aún resucitar muertos. Por eso todas las curaciones que los apóstoles realizan no son en nombre propio, sino de Jesús.
En esa primera misión, el Señor les encargó el pueblo de Israel, y dentro de éste a las ovejas dispersas, a los pobres desamparados, a los pecadores despreciados. Recién después de su resurrección, Jesús les dará el envío universal.
Asimismo, Cristo establece las pautas, las líneas maestras de todo apostolado. Por eso, la Iglesia, que es misión, tiene que regresar a esas pautas para beber del manantial. Muchas son, también, normas universales, no exclusivas para estos.
Hoy, Jesús, por medio de la Iglesia, sigue dirigiendo apóstoles al mundo y nadie puede autotitularse de tal manera si no es enviado por ella. Ser apóstol no es un título que se adquiere por una graduación en una universidad, o en un seminario. Hay que ser llamado y enviado.
Todo cristiano, por los sacramentos del Bautismo y la Confirmación es nombrado convocado a proclamar la Buena Noticia del reino, pero siempre dentro del pueblo de Dios, que es la Iglesia.
Recordemos este hermoso pasaje del documento de Puebla: “Hacemos un llamado urgente a los laicos a comprometerse en la misión evangelizadora de la Iglesia, en la que la promoción de la justicia es parte integrante e indispensable, y la que más directamente corresponde al quehacer laical, siempre en comunión con los pastores”.
Nuestro mundo del siglo XXI nos ofrece escenarios vacíos de la presencia de Dios, que provocan en nuestros corazones preocupación y consternación. Un mundo que, por otra parte, es obra de la mano providente de Dios, donde Él quiere entrar y hacerse presente.
Así como la manera de hacerse presente es a través de mediaciones humanas. También es necesario e importante que permitamos al Señor que se valga de nosotros para derramar su gracia en nuestro mundo. Que nuestro compromiso de bautizados lo vivamos realizando los signos de la presencia y la acción del amor y la misericordia del Señor: curar y liberar.
Por eso hoy vamos a pedirle ser capaces de responder al envío que nos ha hecho a cada uno de nosotros, como respondieron esos primeros 12 apóstoles; también, como dice Jesús en el Evangelio, pidamos especialmente al Padre que envíe más obreros a su mies.
Es mucha entre quienes todavía no conocen a Dios, entre los católicos prácticos porque no han entendido el renunciamiento que exige el apostolado y, por eso, no se han entregado por completo. La mies es tanta y los obreros son pocos, por eso en nuestra oración hoy vamos a pedir por vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras.
Un pueblo, una parroquia, serán como sea su sacerdote, por eso hay necesidad de rezar especialmente por la santificación de estos.
Sea alabado Jesucristo.
José Ramón Reina de Martino