1968, año que marcó al país, se realizaron los juegos olímpicos, ocurrió la masacre del 2 de octubre; Puebla, como no queriendo quedarse atrás, quedó marcada por el linchamiento de la junta auxiliar de San Miguel Canoa.
Los más jóvenes conocen la película “Canoa”, de 1976, dirigida por Felipe Cazals, las escenas, aunque carentes de efectos especiales, asombran y casi parecieran irreales, sin embargo, los más grandes lo saben, el hecho ocurrió y dejó su marca en la población a quienes en Puebla y en el resto del país se les recuerda como “asesinos”.
Hace medio siglo, el 14 de septiembre de 1968, cinco trabajadores de Benemérita de la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) decidieron aventurarse a subir la Malinche, para llegar al lugar debían atravesar la población, una lluvia provocó que no pudieran ascender.
Un volado después
Los cinco jóvenes decidieron dejar al azar el destino de pasar la noche en Canoa o regresar a Puebla, la moneda al aire marcó que deberían descansar en la población indígena, no contaban con que los habitantes los acusaría de comunistas, por lo que la gente se levantó entre antorchas y machetes, el hecho terminó con el asesinato a machetazos de tres de los cinco jóvenes.
A los trabajadores universitarios los mató la desinformación, el miedo y la ignorancia de una población, mismos que señalaron al padre del pueblo, Enrique Meza, como el responsable de la campaña en contra de los visitantes al lugar. Los habitantes de Canoa que aún viven, se niegan a declarar, pues aseguran no recordar nada o no haber estado en el sitio.
Los otros sobrevivientes
Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, son los nombres de los sobrevivientes, ambos murieron hace ya algunos años, luego del incidente, se dedicaron a dar conferencias para exponer la violencia a la que fueron expuestos por la población de Canoa.
Luego de 50 años
Existen cientos de entrevistas realizadas a uno de los sobrevivientes, Julián González Báez, quien siempre relata la historia de esa noche negra, es difícil no notar tres dedos faltantes de su mano izquierda, es imposible no darse cuenta de la tristeza en su voz, sentimiento que se contagia de impotencia de quienes escuchan el relato, el deseo colectivo es el mismo, que no vuelva a ocurrir.
Sin embargo, Ajalpan, Acatlán, resuenan en la memoria colectiva de Puebla, la historia en ambos casos parece repetirse, sujetos linchados y asesinados, hombres que eran inocentes.