La apuesta por la felicidad en este mundo, a lo largo de la historia, ha recorrido muchos senderos y, por lo tanto, ha llegado a niveles y destinos inimaginables. Por ello la semana pasada la Palabra nos invitaba a poner nuestra confianza en Dios, término de toda esperanza. Hoy nos indica cómo caminar en medio de los diversos desafíos de la cotidianeidad.
1. La historia entre David y Saúl parece que ha llegado a su fin y, con la posibilidad de que fuera de una manera dramática, pues entre las mutuas persecuciones, en el campamento del rey se evidencia la incompetencia de su guardia, tras haber tenido David la oportunidad de quitarle la vida, y solo conformarse con llevar la espada y la cantimplora, señala así su consideración frente a la vulnerabilidad del enemigo. Saúl bendice a David, quien una vez más le ha vencido, y éste pone su confianza en Dios. Un verdadero acto de perdón.
2. El Señor es compasivo y misericordioso, canta el salmista. Esta es sin duda una confesión de fe que no solo hemos de verla como una necesidad del pueblo, sino la certeza con la que Dios se acerca siempre a sus elegidos para hacerles sentir su brazo protector, su mirada bondadosa y su perdón. Hay muchos motivos para bendecir a Dios, pues su actividad es signo de su beneplácito, ya que conoce perfectamente nuestras limitaciones, y por ello es lento a la cólera y rico en amor y ternura: mas aún, no nos trata según nuestros pecados ni nos juzga ni paga conforme a nuestras culpas. En Dios el amor no retrocede: es siempre un Sí que se manifiesta de generación en generación con el pueblo de la alianza. Dios es Padre lleno de ternura, como lo hace notar especialmente el evangelio de Lucas en sus bellos relatos, como en el pasaje del hijo pródigo, la visita a Zaqueo, hasta llegar a la oración en la cruz.
3. La exposición de Pablo continúa acudiendo a la Escritura y a la revelación cristiana: Adán-Cristo. Adán es el hombre viejo, el hombre natural, el hombre a secas. Así somos nosotros: tenemos todos sus defectos, alejados de Dios y destinados a la muerte. Somos vivos, pero no tenemos el Espíritu. Cristo es el Hombre Nuevo, poseedor del Espíritu. Su vida no es según la carne, sino según el Espíritu. Primero Adán, después Cristo. Los que viven según Adán desembocan en la muerte; los que viven según Cristo llegan a la vida. Los cristianos tienen, a pesar de su pertenencia a Cristo, una deuda con Adán, en lo referente a su cuerpo: la muerte, que no es su estado definitivo, pues volverán a la vida. La vida de este segundo momento es según la vida de Cristo: vida según el Espíritu, vida celestial, con cuerpos celestiales y gloriosos. El Espíritu que habita en el hombre unido a Cristo transformará radicalmente su cuerpo como ya ha transformado su espíritu. A Adán sigue Cristo. A la vida terrestre, la celeste. Al cuerpo terreno y mortal, el espiritual e inmortal. A nuestro hombre terreno, el celeste con todas sus virtualidades. Esto es un misterio, y objeto de esperanza.
4. En el evangelio encontramos a Jesús con una nueva propuesta–mandato: el amor a los enemigos. Este modo de vida es la búsqueda de la instauración de una sociedad construida sobre las bases de las relaciones absolutamente contrarias establecidas hasta el presente; una sociedad que puede prescindir de su división clasista y a la cual se llega no por la eliminación de las clases dominantes –como algunos han propuesto en sus modelos sociales– sino por la eliminación de las estructuras y sistemas que están a la raíz de la separación de clases, y las únicas armas que Jesús propone para la realización de este proyecto de nueva sociedad son el amor, la bendición, empezando por los enemigos, y la oración; el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa recibida a condición de que el agresor tome conciencia del mal que ocasiona, y cambie; la generosidad que lleva a compartir lo que se tiene, aplasta la codicia y la avaricia, donde el egoísta ha puesto su esperanza y su felicidad, incluso enriqueciéndose a costa de los demás; en resumen, esto es convertirse en la nueva medida, como cada uno quiere ser tratado.
5. “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit” (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Comprendida así la naturaleza humana, bajo la lupa de Hobbes, pareciera que en el hombre no hay remedio alguno, pues su apasionado egoísmo determinaría, desde la perspectiva cristiana, su condena. Sin embargo, no olvidemos que hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza, y la naturaleza de Dios es Amor, o como ha indicado el Papa Francisco, “la misericordia es el primer atributo de Dios. Es el nombre de Dios. No hay situaciones de las que no podamos salir, no estamos condenados a hundirnos en arenas movedizas”. La alegría de seguir a Jesucristo es convertirnos cada día en justos a los ojos de Dios, mirando la realidad desde el sentir y el actuar divinos, creando, construyendo, sirviendo, transformando,… en definitiva: amando.
P. Fernando Luna Vázquez