¿Qué tiene de malo ser 2º? Nada. Es necesario leer los textos pensando en los verbos/frases de acción que aquí se utilizan: abrió camino en el mar, caía para no levantarse, se apagaron como mecha. No recordar lo de antaño, no pensar en lo antiguo, realizar algo nuevo, ya está brotando, abrir camino en el desierto, dar de beber al pueblo, proclamar mi alabanza… Sin verbo -sin el Verbo posterior- los nombres, el tuyo y el mío, quedan sin sustancia por muy sustantivos que sean. Texto del 2º Isaías. Texto que completa la liberación iniciada antaño. En medio de la crisis, Isaías adquiere un tono de esperanza para el pueblo. En medio de tanta incertidumbre, brotará la esperanza. En medio de tanto desconcierto, aunque cueste creerlo, tiene cabida la alabanza, la acción de gracias, la presencia de Dios… porque la confianza en Dios es así de productiva, de transformadora, pero requiere tiempo, paciencia, sabia espera. Dios es así, un poco antojadizo: se hace de rogar, pero hay que rogar…, porque sin ruego, sin oración… la sequedad del desierto (interior) avanza rápido. Y es que el Señor ha estado grande con nosotros y por eso estamos alegres, invita el salmo 125. Alegres, sí, pero no ciegos ante cuanto nos rodea.

Pablo

Es claro exponente de esta confianza esperanzada: se apoya en la fe en Cristo, en la justicia que viene de Dios, en la fuerza de la resurrección, en la comunión con Jesús y sus muchos padecimientos que se prolongan en el tiempo, en los hermano. Una “certeza” de que ha sido alcanzado por Cristo, no por mérito propio, sino porque le impele la fuerza de Dios a través de Cristo y por eso se lanza hacia adelante, confiado, olvidando lo pasado… que no fue poco. Casi seguro que Pablo conocía ese pensamiento conciso de Heráclito: “Si no se espera lo inesperado, lo inesperado no acontece”, aunque había en él urgencia por el inminente final de los tiempos. A veces, leyendo este texto de hoy -que tiene sus dosis de humildad- y otros muchos textos suyos, pareciera que Pablo es un poco ególatra, un poco centro de aquel pequeño universo en que los seguidores nuevos del cristianismo tenían una cierta conciencia “ser los elegidos”. Lo que hace Pablo con los cristianos de Filipo es darles gracias por las atenciones inmerecidas y ponerlos un poco en guardia con los ataques que pudieran surgir ¡y surgieron! del entorno. Nada nuevo, si a nosotros nos escribiera ahora… porque la carta también es para nosotros.

Jesús

Su actitud primera -lo había hecho antes muchas veces- fue retirarse a orar al monte. Sin el soporte previo de la oración -que también es acción- los pasos siguientes no tendrían sentido. Después ya se puso a enseñar y a oír acusaciones sin prueba alguna. Su acción fue escuchar primero, dejar un tiempo de reflexión, de cierta tensión expectante y actuar en consecuencia. ¿Qué escribió en el suelo? No lo sabemos. Da igual, Dejaba trascurrir un breve tiempo para ponerlos nerviosos. Dijo su sentencia: El que esté limpio que… todos se marcharon ¿avergonzados? Es probable. Nadie tiró ninguna piedra; era su corazón de piedra el que les impedía aceptar y comprender la misericordia de Jesús.

Él se incorporó. Son muchas las veces que en el Evangelio Jesús invita a “levantarse y andar”. Él mismo “se levanta” en muchos momentos y pasa a la acción, no sin antes haber contemplado (con-el-templo; sin haber antes mirado atentamente y visto con el corazón y la mente más claros tras muchos ratos de oración). Seguro que Jesús también ayudó a incorporarse a aquella mujer arrojada, arrebujada en su ropa, en su temor y su vergüenza, pero fueron sus palabras las que le ayudaron a levantarse de la postración para siempre: “Anda, vete tranquila, y en adelante no peques más”. ¿Cabía mayor consuelo? No hubo reproches, ni envíos penitenciales o de limosna al templo ¡qué más hubieran querido los del templo: una mujer que vuelve arrepentida y con dádivas! Ella sintió solo aceptación de su persona y el pronto regreso a casa donde le esperaban su marido y sus hijos…; es de suponer que si era llamada adúltera, es por estar casada. Porque la acusación, una vez más, había sido falsa. Como tantas.

Y entre la polvareda de su regreso a casa, se volvió a mirar a Jesús, vislumbrándolo, con los ojos cegados por el sol, mientras Él sonreía, viendo cómo ella trastabillaba en su apresurada carrera ganadora y liberadora.

Fr. José Antonio Solórzano Pérez