1.Tiempo de escuchar la promesa
Zacarías proclama varias profecías sobre el Mesías que anticipan el misterio y la vida de Jesús.
-Presenta al mesías-rey al entrar en Jerusalén: “Mira que tu Rey viene hacia ti, él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno” (Zac 9,9). Esta primera profecía coincide con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, antes de su pasión (Mt 21,5).
-Prevé la dispersión de las ovejas cuando el pastor sea herido (Zac 13,7); Mateo describe así a los discípulos que abandonan a Jesús en Getsemaní (Mt 26,31).
-Anuncia la Palabra de Dios: “Mirarán hacia mí. En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por él como por un hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito” (Zac 12,10). La muerte de Jesús cumple esta profecía (Jn 19,37).
Estamos ante esta última propuesta de Zacarías, en la sección que viene cargada de promesas de salvación y gloria para Jerusalén. Es un texto escatológico y apocalíptico, lo cual se deduce de su reiterada fórmula “entonces aquel día…”, “sucederá en aquel día…”. El profeta se vale de sucesos e imágenes que están por venir.
2. Tiempo de la confianza
En el salmo 62 la liturgia expresa la confianza del cristiano: “Mi alma tiene sed de ti, Señor”. La intensa espiritualidad del canto tiene una densidad corporal, como detectamos en el desfile de los sentidos: la garganta sedienta y la carne desfallecida, la boca que alaba, los ojos que desean ver, las manos que se elevan, el contacto de las manos, el calor del cuerpo adherido, madrugar y acostarse. Y todos los sentidos van más allá de lo sensible; el símbolo es trascendente. El orante vive una profunda sed de Dios, toca la mano divina, etc. La sed es comparable a la del desierto: tierra seca, reseca sin agua. ¡Ojalá perdure esa intensidad mientras se contempla a Dios en el Templo y en todo el trayecto de la vida! Este salmo nos remite a contemplar a Jesús en el cuarto evangelio, donde habla del agua y de la sed a lo largo de la obra. En la Cruz dice: “Tengo sed” (Jn 19,28). El corazón humano, inquieto, descansará tan solo cuando descanse en Dios; hasta que llegue ese momento, será oportuno orar con este salmo.
3. El tiempo de la fe
En la segunda lectura Pablo expone la necesidad y trascendencia de una vida arraigada en Cristo, desde la experiencia de la fe, no como una atadura – como lo fue antes la ley – sino como don que otorga el bautismo, que reviste de Cristo al ser consagrados para Él.
En la familia griega, el niño pequeño era confiado a esclavos, que podían ser cultos y amables, o incultos y crueles, convirtiendo así su tutoría en una cárcel. Al llegar su mayoría de edad, decidida por el padre, el hijo se emancipaba y adquiría todos los derechos de hijo y heredero. Así, siguiendo esta lógica, según Pablo, la Ley ejerció el rol de tutor durante la minoría de edad del pueblo. Dios señala una fecha en la historia y envía a su Hijo, el Heredero. Y nosotros, unidos a él, nos hemos convertido también en hijos y herederos por voluntad de Dios. La minoría de edad fue una esclavitud a los poderes que dominan este mundo.
4. Tiempo de plenitud o plenitud del tiempo
Ya cercano el final del ministerio de Jesús en Galilea, la fama de Jesús se ha extendido por toda la región, sin embargo, asalta a Jesús la duda sobre si la gente ha comprendido con claridad su identidad, pues lo han visto y oído, incluso lo han aclamado. ¿Dónde están, qué se han hecho, a qué se dedican los que le han escuchado? ¿En qué han influido el mensaje proclamado y los signos realizados? ¿Qué responden los doce? Pedro es quien da un paso adelante para responder por todos: para ellos Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido. Lucas conserva la prohibición de Jesús a sus discípulos de difundir la noticia sobre su identidad, pero suprime el diálogo con Pedro que termina en una represión cuando parece oponerse a la decisión del maestro de llegar a la Cruz. El relato termina en las condiciones radicales del discipulado: negarse a sí mismo y tomar la cruz para vivir.
5. Una mirada a nuestra vida cristiana
Hoy, en pleno siglo XXI, la pregunta de Jesús es viva y contrastante a nuestros intereses personales, familiares, institucionales o ideológicas. Generalmente se prefiere vivir un seguimiento superficial, allí donde las exigencias de corresponder al amor de Dios, a su promesa de salvación y, por lo tanto, a sus consecuencias morales, no representen una amenaza a la propia estabilidad. Si preguntamos a nuestro alrededor sobre quiénes creen en Dios, la Virgen y los santos, seguramente el porcentaje sería altísimo diciendo que sí; pero si cuestionamos sobre la conciencia de quién es Jesucristo, seguramente la ambigüedad acompañaría la nostalgia de no querer salir de su desconocimiento, porque acercarse a Él, para muchos, representa miedo por no querer dejar la vida actual, de mentiras, engaños, infidelidades, corrupciones y demás.
Atrevámonos a decir con Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios, el Ungido”. Y que Jesucristo nuestra esperanza nos conduzca al encuentro definitivo del misterio de Dios para saciar nuestra sed de alegría y amor.
P. Fernando Luna Vázquez