En las artes se le dice virtuoso a quien domina de modo extraordinario la técnica de su instrumento. A finales del siglo XVII el término se popularizó en Italia para referirse a músicos que habían adquirido un aprendizaje excepcional.
La palabra viene del latín "virtus" que a su vez se deriva de "vir" (hombre), en un inicio asociada con el coraje marcial, pero con el tiempo se amplió para describir las virtudes humanas.
Franz Liszt, un virtuoso del piano y de la composición musical, decía: "El virtuosismo sólo existe para permitir al artista el reproducir todo lo que puede llegar a ser expresable en el arte. En ese momento es indispensable y no será nunca suficientemente cultivado".
El 8 de marzo del 2020, en la plaza el Nuevo Progreso de Guadalajara, tuvimos la oportunidad de presenciar a un virtuoso del toreo: Sebastián Castella. El diestro francés se encontró con un bravo y noble toro de la ganadería de Arroyo Zarco al que le realizó una faena en donde mostró las cualidades que ha ido desarrollando a través del esfuerzo de muchos años.
En ocasiones, la virtud se asocia con una visión romántica, casi hollywoodense en la que el talento es adquirido en forma connatural, como nacido con la persona misma. Para ilustrarlo, se dice que Mozart escribió su primera sinfonía a los nueve años y Picasso pintó su primer óleo a las ocho. Pero ninguna de esas creaciones fueron obras maestras.
Para alcanzar la virtud se requieren años de dedicación.
Aristóteles explicaba que la virtud nace del hábito. Las virtudes no existen en nosotros por la sola acción de la naturaleza, es decir, no son innatas. Es la práctica y el esfuerzo lo que desenvuelve y perfecciona los talentos naturales de tal manera que se convierten en virtudes. O sea: para que alguien sea justo, debe practicar la justicia; para que un individuo se vuelva valiente, debe ejercitar el valor.
El torero, como héroe que es, va desarrollando una serie de virtudes necesarias para resolver los retos que le representa el toro. El héroe aspira a la excelencia y con su conducta ejemplar cautiva, seduce e inspira.
Dado que el toreo es un combate entre un toro y un hombre, para que se conjugue una obra de arte deben darse equivalencias en la lucha. A la bravura del toro corresponde la valentía del hombre; y al poderío descomunal de la bestia, corresponde la fortaleza y la templanza del matador. Y eso fue lo que vimos en la corrida de Guadalajara del pasado 8 de marzo.
"Barquero" de Arroyo Zarco tuvo las características propias del toro mexicano de encaste Saltillo-San Mateo: fijeza, son y durabilidad en grado superlativo. Castella, después de muchos años de venir a México, entendió a la perfección las particularidades de su adversario y le hizo una inolvidable faena.
Seis verónicas ligadas, con temple, desmayando las manos, rematadas con una media de cartel. Inició la faena de muleta con la marca de la casa: en los medios, citando al toro de largo para que los aficionados apreciáramos su recorrido y lo cambió con péndulo escalofriante.
"Barquero" embestía con la cara baja, humillando y proyectando emoción. Castella le exigió desde el principio, bajando la mano y pasándoselo muy cerca de la taleguilla. Tandas ligadas de cinco y hasta seis derechazos rematadas con cambios de mano por delante, desdenes y pases de pecho. Como suele suceder con los toros de origen San Mateo, cuando son bravos y bien toreados, la faena fue a más.
El francés mostró todo su repertorio que incluye molinetes, trincherillas y capetillinas. Al final, ya con el de Arroyo Zarco completamente entregado, una tanda de siete naturales en la que Castella le dio pausa, le perdió pasos e hizo que todos nos emocionáramos gracias a su temple, valentía y domino.
Francis Wolff afirma que sólo se puede dominar al adversario si previamente se tiene autodominio. "La astucia ya no es juego, sino dominio trágico: es aquella a la que recurre el destino para engañar a Edipo; como verdadera astucia de la razón que es, crea la belleza con su contrario, el miedo a morir y el valor que lo acompaña. Torear es engañar a la muerte sin mentirle" (Filosofía de la corrida de toros, Edicions Bellaterra, 2010, página 139).
Siempre que hay un indulto se da pie a la polémica. A mí me hubiera gustado ver un espadazo y que la obra de arte fuera premiada con un rabo. El maestro Pablo Miramontes –no sin un dejo de pasión desmedida– me decía que si le mete la espada la faena no hubiera sido de rabo, sino pata. El hecho es que, ante una petición mayoritaria, don Alfredo Sahagún, con la prudencia que le caracteriza, sacó el pañuelo para perdonarle la vida a "Barquero".
La gloria para el ganadero y el privilegio para los aficionados que pudimos deleitarnos con un virtuoso del toreo.
Con información de Al Toro México