Lo cierto es que en enero, unos no acababan de irse y otros no acababan de llegar.

Unos no creían que todo se había ido y otros soñaban con la repartidera transexenal.

Enero fue el mes del adiós del marinismo —suerte de reliquia del priismo del viejo siglo—.

La transición del poder reactivó a un amplio sector del priismo para la toma del poder en Casa Puebla en un amplio bloque opositor que congregó a los extremos: la ultraderecha con un sector de la izquierda, simpatizante del lopezobradorismo; los grupos magisteriales adheridos al SNTE, adalides del corporativismo, y ya en el paisaje local, los grupos regionales del priismo cuyos desencuentros con el marinismo nutrieron su discurso opositor, amén de amplios sectores que anhelaban una transformación en el estado.

Rafael Moreno Valle inauguró en Puebla la era de la videopolítica. Su toma de poder fue una gran escenografía donde las pantallas fueron el mensaje, su aportación a la Puebla del porvenir y sus recuerdos, devino la opera magna de un sexenio touch screen sin cabida para el priismo cavernario.

En febrero, el relevo en el Charlie Hall rubricó la llegada del Yunque al poder en la Angelópolis, en la figura del panista Eduardo Rivera Pérez. En ese limbo transicional, el gobierno aumentó la tarifa del transporte público. La respuesta estudiantil fue una emotiva movilización de protesta por las calles de la ciudad. Protestas que fueron desoídas.

Y en ese reajuste del poder, la mismísima lideresa nacional del tricolor, Beatriz Paredes Rangel, demostraba lo que el PRI entendía como ser un partido de “oposición responsable” en el estado al reunirse en petit comité con los diputados y la dirigencia tricolor en Casa Puebla con el gobernador.

La transición encontró en los primeros meses del año la demostración fehaciente de cómo la ausencia de contrapesos significaba el mayor capital del renovado grupo gobernante.

La clase política nacional arropó a MMT en su adiós
En el último informe de gobierno de Mario Marín estuvieron el mandatario del Estado de México, Enrique Peña Nieto; el gobernador de Tlaxcala, Mariano González Zarur; el gobernador electo de Puebla, Rafael Moreno Valle; el gobernador electo de Hidalgo, José Francisco Olvera Ruiz; los representantes de los mandatarios de Nayarit, Hidalgo, Chihuahua y Campeche; el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz Ortiz; Beatriz Paredes Rangel, líder nacional del PRI; el arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinosa; los exgobernadores de la entidad Melquiades Morales Flores y Manuel Bartlett Díaz, así como rectores de universidades y empresarios.

Y cuando Marín bajó del podio —casi dos interminables horas de un aluvión de cifras— se llevó el pañuelo a la cara para secar un par de lágrimas que rodaron por sus mejillas.

Alzó el puño, lo dejó caer y se precipitó fuera del podio, como si quisiera que eso terminara.

Apenas descendió el gobernador priista, su familia lo arropó para tomarse la fotografía oficial. Minutos antes, con gesticulaciones asíncronas leía las dos últimas hojas, su testamento político, ante un auditorio melancólico y con la mirada vigilante del gobernador electo, Rafael Moreno Valle.

El adiós en la megaobra de la administración saliente, el Centro Expositor, fue su reencuentro con el futurismo de 2012.

En los primeros asientos, estaban desde el presidenciable de las televisoras, Enrique Peña Nieto, escoltado por un séquito impenetrable de guaruras; la lideresa priista, Beatriz Paredes Rangel hasta figuras del oneroso priismo autoritario como el exgobernador Ulises Ruiz.

En su adiós, Marín Torres se alentó. Se describió como un demócrata que no impidió la transición democrática:

“Deseo que esa expresión democrática sirva a los propósitos comunes de todos los poblanos, y que en la nueva convivencia prevalezcan el diálogo, la racionalidad política, el acuerdo y la prosperidad. Por eso le deseo al gobernador electo, doctor Rafael Moreno Valle Rosas y a todas las nuevas autoridades mucho éxito en su gestión.”

La aseveración fue aplaudida con la inercia de la despedida, entre esa atmósfera de duelo y apaciguamiento anímico del adiós de la “apoteosis marinista”.

La herencia marinista la cifró en la obra de cemento: “Dejamos un patrimonio social mejorado, con más escuelas y hospitales, más obras de infraestructura de servicios básicos, más productividad en los sectores económicos del campo y la ciudad, menos índice de pobreza y marginación, una nueva cultura deportiva y un mejor entorno ecológico. En cada acción realizada siempre existió el deseo de progresar, de ser parte de la transformación de Puebla, así lo hicimos a lo largo de estos seis años.”

En su último informe de gobierno, Mario Marín se dejó llevar por la catarata numérica. El aluvión de cifras. La espectacularidad del dígito. El performance de la estadística.

“No estalló ninguna huelga local. Esto contribuyó a que la tasa de empleo siempre fuera superior al nivel nacional. Mi reconocimiento a los empresarios y a los dirigentes sindicales por apoyar el desarrollo económico de la entidad.”

Mario Marín se jactó de que el Centro Expositor y “La Célula” serían las magnas contribuciones de su sexenio: “Y dejamos firmados los contratos de ocho grandes eventos. Consideramos que estos eventos nos traerán 32 mil visitantes”.

Sobre “La Célula” acertó a decir: “Sólo esperamos que la economía mundial se recupere.”

En la primera media hora de su informe, los aplausos lo interrumpieron cuando habló de la estabilidad laboral —presumió la política laboral de cero huelgas como un logro—, cuando mencionó la remodelación de la zona de Los Fuertes y cuando elogió los logros de su administración en materia educativa.

El acto del informe ante sus invitados inició con algunos minutos de retraso. Las invitaciones indicaban que iniciaría a las 12:00 horas. Pero la burocracia, el priismo de las colonias y de los vendedores, los profesores y la destemplada clase política priista no llenaron el recinto. Al momento de hacer su aparición en el Centro Expositor, varias hileras de sillas estaban vacías. Personal de logística apiló algunas sillas al fondo del salón.

Mario Marín apareció acompañado de la lideresa nacional del PRI, Beatriz Paredes Rangel y de su esposa Margarita García.

La afluencia numérica opacó los instantes de lucidez que tuviera el acto de despedida de Marín ante la clase política priista.

***
A las nueve de la mañana, la zona de Los Fuertes estaba sitiada. Las avenidas aledañas al Centro Expositor cerradas con vallas metálicas.

En uno de los accesos se acercó el diputado Ardelio Vargas Fosado, encargado de seguridad del equipo de transición de Rafael Moreno Valle. Unos trajeados de negro que cuidaban el acceso no lo dejaban pasar.

—Este es el acceso VIP— le espetó un trajeado al político de Xicotepec de Juárez.

En los alrededores del Centro Expositor cuadrillas de trabajadores seguían remozando el inmueble que un par de días previo al informe inauguró Mario Marín. Profesores, secretarias y edecanes en traje oscuro con Blackberry a la mano, así como lideresas de colonias, hacían fila para entrar al centro expositor.

Una gran mancha blanca, las sillas vacías, les daban la bienvenida a los invitados marinistas.

Pasaban los minutos. El maestro de ceremonias improvisaba. Una banda tocó un popurrí de Benny Goodman, pero nadie se animaba. Luego, José José. Y de paso el “Huapango” de Moncayo, magna opera del lirismo cuasi wagneriano del marinismo nihilista.

Pero ni así la gente se animaba.

Unos minutos antes de las doce muchos lugares estaban vacíos. En grupos, los burócratas, los líderes de colonias llegaban.

Pero la “Puebla revolucionaria”, esa a la que apeló Marín en la crisis política de 2006, no colmó el recinto. Ni siquiera los “espontáneos” con carteles hechizos para agradecer a Marín, se levantaron de sus asientos. Los fotógrafos les pedían que posaran, que alzaran sus cartulinas, lo que hacían por inercia.

El malestar por el aumento de “Santos Inocentes” a la tarifa del transporte concesionado tomó las calles de la ciudad. Desde tres puntos de las instalaciones universitarias, la Facultad de Medicina y Ciudad Universitaria, grupos de estudiante marcharon en contra del alza al pasaje.

La protesta halló el respaldo de los ciudadanos.

En el bulevar 5 de Mayo los automovilistas aprobaban la protesta tocando los cláxones de sus vehículos. En el Centro Histórico amas de casa y estudiantes de instituciones privadas se sumaron a la protesta. De manera intermitente y espontánea algunos mirones animaban a los jóvenes y se añadían al grueso de la protesta contra el aumento de la tarifa del transporte concesionado.
Los estudiantes que provenían de la Facultad de Medicina tomaron la 11 Sur y bajaron por Reforma.
Sobre Reforma, al pasar frente al expalacio de gobierno, donde se hallan oficinas gubernamentales, corearon con energía:

—Eso son, eso son, los que chingan la nación.

Al pasar frente al Banamex de Reforma repitieron la consigna.

Frente a la Tesorería del ayuntamiento municipal

—Eso no es un gobierno, es una puta de “cabaré”.

La derecha gobierna la ciudad
Un inspirado Eduardo Rivera Pérez rindió protesta como el primer alcalde de la derecha en este nuevo siglo.

Al principio nervioso, pero poco a poco recuperando el aplomo, para entrecerrarle la puerta al priismo y anunciar el mundo feliz blanquiazul. Por primera vez en la historia de la alternancia democrática en Puebla, la derecha arribó al poder municipal. Los experimentos de Gabriel Hinojosa Rivera, un demócrata de centro y Luis Paredes Moctezuma, un yunquista rebelde al que el PAN anatemizó, palidecieron ante el léxico conservador del novísimo edil.

El alcalde Eduardo Rivera bosquejó en su toma de protesta un municipio guiado por el ideario de la derecha poblana. Y aunque ocupó la palabra “pluralidad”, explotó a más no poder la cosmogonía de la derecha manufacturada en Puebla, a la que presentó como heredera de los ideales de fray Toribio de Benavente.

Rivera pasó de la historia misional a la teología de bolsillo, y sin titubeos razonó a favor de la tradición y la divinidad como consejeros de su actuar:

“Mucho más grande es nuestra historia, nuestras tradiciones y el porvenir que se merece Puebla. Y además, sé que la ayuda de Dios que nos acompaña es infinita.”