Es innegable que en interior de cada uno de nosotros se revuelca un incongruente “talibán” intolerante, un fanático intransigente incapaz de aceptar un pensamiento contrario al nuestro. Creemos que nuestra verdad es la única, nuestra forma de ver las cosas y de actuar en la vida es la verdadera. Entonces, cuando alguien no concuerda con nosotros, tomamos la misma actitud “talibana” y feroz para enjuiciar todo aquello que criticamos. Así, todo se resume a una lucha de necedades en donde los egos, de un lado y del otro, acaban con el hígado hinchado.
El ateo tilda de ignorante estúpido al creyente y el creyente acabaría —si pudiera— por quemar en vida al escéptico. El socialista aferrado pide la cabeza del capitalista y el capitalista implora por la muerte del socialista, con la misma intensidad. El amante de la música clásica y la lectura odia con odio jarocho las manifestaciones de Gloria Trevi, Alacranes de Durango, las telenovelas, Los Mascabrothers, y demás “tesoritos” educacionales. Los seguidores de estas vernáculas manifestaciones culturales ven a los fans de Mahler y Beethoven, de Tolkien o de Kundera, y de Picasso o Cezanne como “pirrurris” mamertos, con el mismo odio… El político piensa que el pueblo es idiota y sumiso. El pueblo piensa que los políticos son seres corruptos y unos manipuladores insensibles… y tiene tazón.
Tan tiene razón que ya ves lo sucedió en España y me llenó de alegría.
En la manifestación de la Plaza del Sol en España los manifestantes no gritan por un cambio de partido, ni por una nueva corriente política, ni a favor de tal o cual cretino partido. Gritan porque ¡están hasta la madre! de sus políticos y sus partidos. ¿Será otra coincidencia “talibana”?
Lo que me da una envidia de la buena es ver que los íberos no han destruido ningún monumento ni tampoco han pintarrajeado al “Oso y el Madroño” al estilo “talibán” de Sus Majestades los Electricistas (SME), ni de los sindicatos de ¿maestros?… esos sí, verdaderos talibanes.