No, no lo niego, estoy a favor de los grupos lésbico-gay que luchan por la igualdad y respeto que merece cualquier ser humano, independientemente de sus preferencias sexuales. Soy un convencido de que cada quien puede hacer de su cola un papalote. Lo que no me cuadra es el que conviertan su movimiento en un show que a veces raya en lo grotesco. Es como si un “hetero” como yo desfilara por las calles con los tompiates y las tepalcuanas al aire disfrazado de Tarzán, con el taparrabos amarrado de pañoleta y con mi “heterocomadre” de pareja arrastrándola de las greñas por la banqueta… Lindo, ¿no?
Me pare un acto de locos exigir el respeto —que sin duda les corresponde— con ese Cirque du Soleil sicalíptico chafa. Comprendo que los show lésbico-gay puedan contener una buena dosis de agresión en contra de una sociedad que injustamente los ha lastimado y continua hiriéndolos. Sin embargo, es ilógico pensar que se puede ganar el respeto por medio de la agresión. Lo único que trae consigo la agresión es un rechazo mayor. Pienso que al igual que el show de los encuerados de “los 400 pueblos” se están miando fuera de la bacinica
¿Qué sucedería si los “héteros” también desfiláramos por las calles mostrando nuestras miserias, deformaciones y frustraciones sexuales, al igual que lo que intentan los lésbico-gay. ¿Te imaginas? ¿Sería eso una manifestación de libertad? No, no lo creo, por que la libertad es mucho más que traer o no calzones. Libertad es comprender que uno es mucho más que un simple par de tetas o de tompiates.