Cada quien puede votar en favor de quien se le pegue la gana. Sin embargo, lo que no se vale es votar con las méndigas tripas y no con el cerebro.
Puede ser terriblemente peligroso votar dejándonos llevar por las emociones. Internamente sabemos que vamos a votar más por la esperanza que por la confianza que nos brindan nuestros amorosos candidatos políticos. Basta con conocer un poco de su negro historial, sus relaciones y actuaciones, para darnos cuenta del nivel de manipulación que manejan.
Hay personas que no piensan. Es absurdo imaginar que alguien pudiera crear miles y miles de fuentes de trabajo (no sé de donde) cuando hay una contracción económica mundial del cocol, o que viviremos en el nirvana por decreto y que el crimen desaparecerá y que todos viviremos felices hasta el fin de nuestros días o hasta el final del sexenio. Y todavía es más ingenuo creer que vamos construir cientos de refinerías en seis años (como si fueran tortillerías). ¿Qué tipo de magia utilizará el candidato para lograr que la educación de nuestros compatriotas oaxaqueños esté al nivel de Suiza, Alemania o Finlandia con sólo la fuerza del “amor”… de los sindicatos? ¡Vamos, hombre!
Ojetes y criminales han existido siempre, y seguirán existiendo, porque es naturaleza humana. Tampoco creo que los políticos vayan al Seguro Social en lugar de irse a Houston cuando truenen. Tampoco creo que los vayan a meter al bote como cualquier macehual, hijo de vecino. Tampoco creo que vayan a vivir en al amorosa “medianía”, jamás.
No creo en el franciscano amor de los políticos, no creo que vayan a atentar en contra de sus propios intereses, no creo que tengan los “tompiates” para corregir la podredumbre de los sindicatos ni de la mala burocracia…
Prometer a sabiendas de que no se podrá cumplir lo prometido es doblemente “pocamadre”. Prometer así es honrar la profesión de político y deshonrar la profesión de ser humano.