Quiero pedir una disculpa a mis cuatro lectores. En mi columna anterior utilicé una frase malsonante, vaya, una majadería, cosa que no va de acuerdo conmigo. No porque me falten ganas de decirlas, sino porque suelo ser el primero en criticar a quien abusa de esto.
Pienso que al utilizarlas así, a lo tarugo, demuestro una profunda falta de inteligencia y de calidad. Además, no creo ser Fernando del Paso ni Gabriel García Marquez ni Octavio Paz, para que estas frases de mal gusto tengan un valor literario.
A propósito de decencias, durante una corta convivencia con mi querido amigo y arquero tenaz, Roberto “Derecha la Flecha”, no le escuché decir una sola leperada: quizá esto fue lo que me hizo reflexionar respecto al uso y abuso de las palabrotas. Suelo ser malhablado, lo confieso, pero no me gusta escribirlas; nunca sabes si, por azares del destino, llegara tu artículo a las manos de un lector bien intencionado que no tiene porque “chutarse” tu mal gusto.
A propósito de gusto, ¿qué nos pasa a los poblanos? Quién nos dijo que somos la última papa frita del planeta. Nos hemos vuelto poco atentos, prepotentes, egoístas y “mamertos”. El que tiene tres pesos trata con la punta del pie a quien lo sirve. El policía maneja despotismo bestial y, si puede, te ignora. Los automovilistas utilizan al periférico y a la Atlixcáyotl como sus pistas de carreras particulares, les valen “queso” los demás manejadores. Los chavos utilizan un léxico de carretonero frente a quien sea, y si por desgracia necesitas “auxilio”, ya valió… De los políticos mejor ni hablo.
No veo de qué o por qué podemos sentirnos la gran “cemita”. Los edificios, las construcciones, las avenidas y los monumentos son fierros y cemento, nada más. Lo valioso de un lugar es la calidad de su gente. Si perdemos la poca calidad que nos queda, de nada nos servirá que pavimente hidráulicamente a Puebla entera.