Al día siguiente ya no me dolían las nachas gracias a la pomada mágica que “Cocoy” me había preparado para aliviar las heridas que su malvado gato me había propinado al salir de debajo de mi silla.
Rosalía y “Cocoy” ya estaban desayunando cuando yo llegué al comedor. “Buenos días: cómo te amanecieron las tepalcuanas”, preguntó “Cocoy”; “como nuevas”, repuse. La verdad, ya no me dolían, pero me habían quedado como falda de hawaiana.
“‘Cocoy’, ¿vas a dejar tus huevitos?”, preguntó Rosalía. “Sí, la neta, no me siento muy bien”, repuso, “pasé una noche de perros”. En mi lugar ya estaban servidos un magistral plato de frijoles negros y un tenate con tortillas de comal. Rosalía, atenta como siempre, me sirvió un poco de café caliente y pregunto: “¿Vas a querer los huevos de ‘Cocoy’?”. “No, gracias”, respondí.
Se hizo un silencio sepulcral, porque a Rosalía no le gustaba desperdiciar nada.
De pronto se abrió la puerta y alguien entró corriendo. “Severo, hijito”, gritó Rosalía. “Escóndeme ‘amá”, murmuró Severo. “Ya me propusieron”. “¿Cómo alcalde?”, pregunto Rosalía. “No, como el güey que debe ir al bote en Almoloya… ya me ligaron con el ‘oscuro’”. “Cocoy” se levantó de la mesa como si le hubieran picado la cola y se dirigió hacia la recámara de “limpias” de donde sacó un monigote amarillo amarrado con ligas y lo colocó dentro de un vaso lleno de sotol, del que le había regalado su cuate yaqui.
No me lo vas a creer, lector querido, pero el monigote amarillo empezó a retorcerse refeo y a echar humo.
El humo empezó a formar nombres y más nombres, luego se puso azul y luego tricolor. Severo se desplomó y azotó en el piso. Inesperadamente empezó a proferir una serie de incoherencias con una voz horripilantemente cavernosa: “A mí me la ‘persinan’, para eso soy diputado, para eso nos hacemos $%()$&% con la ley en contra del fuero, jajajajajajaja… para eso es el fuero… jijos de…”
“A éste no le falta una limpia de huevos”, refirió “Cocoy”, “a ése lo que le falta es dignidad… Cómo pudiste parir a semejante matalote”, gritó “Cocoy. Rosalía dentro de su confusión y estupor, dijo: “Es que ése ni es hijo de Agapito, es del lechero…” “¿Y Agapito y Amada?”, preguntó “Cocoy”. “Uno es del PANadero y la otra es del PRIncipal del pueblo”, repuso Rosalía. “Órale”, murmuró “Cocoy”.
La verdad, lector querido, con tantas “mafufadas” a mi alrededor yo ya me sentía como Harry Potter, nomás que en lugar de tener una marca en la frente yo la tenía en las nachas… (Continuará)