Como recordarás, lector querido, en lugar de encontrar un tesoro bajo “la estrella” en Puebla, lo único que encontró Severo Bales Unapura fue una tremenda “madrina”, que le pusieron los cuidadores de “la estrella”. 
Cuando Amada se enteró que Severo, su hermanito, estaba en el “bote” de la ciudad de “la estrella”, se puso como loca y salió pitando hacia el MP del lugar. Pa’ pronto, y sin decir “agua va”, le tumbó dos dientes al guardián que custodiaba los coches del lugar, le mentó la madre a la señora de las memelas de la entrada del edificio y de tremendo “patadón” quitó de su camino el canasto de memelas. “Despidió” al policía de la entrada y le sumió la gorra con todo y insignias hasta las orejas. De inmediato se movilizaron tres ágiles guardianes de la ley y la detuvieron. El costo de esta proeza fue altísimo: Al más chaparro de los tres lo dejó con las “tepacuanas” al aire al arrancarle la bolsa trasera del uniforme, y los otros dos acabaron sangrando copiosamente por nariz y boca por los botellazos que les propinó Amada. Obviamente, la diputada venía hasta las chanclas de borracha, le encantaba el tlapegüe en ayunas.
El responsable del MP del lugar salió volando de su oficina cual ágil quinceañera al ver a Amada. Mientras se acechaba a ella brincando entre los muebles, gritaba: “¡Amanda Unapura! Licencriada, ¡qué gusto verla! Cómo está, señora legisladora, ¿en qué pudo servirle? Señora, como siempre, ¡a sus ordenes, licenciada!… ¿Qué hacen ustedes?, tarados, límpiensen el hocico, ¿qué no ven que van a mancharle el vestido a la licenciada?” Los guardias no entendían nada, todavía no se reponían de los botellazos que Amanda les había propinado. El policía chaparrito, al que Amada había dejado con las nalgas al aire, se armó de valor y le dijo al MP: “Señor licenciado, la señora, aquí presente, me rompió el uniforme”… “¡Ahú!, Licenciado querido, cómo puedes lidiar con bestias salvajes: mira nomás, con sus brusquedades rompieron con su carotas la botella de ‘champán’ que te traía de regalo”. 
Para no hacerte el cuento largo, lector querido, como era de esperarse, Amada sacó a su hermanito Severo del “bote” y se lo llevó. A los policías del MP los “despidieron” por exceso de poder. Curiosamente, estos policías fueron los mismos que habían dejado a Severo en calidad de trapo de cocina. “¡Justicia divina!”, diría su madre Rosalía, o “al que obra mal se le pudre”, diría “Cocoy”.
Severo nunca se repuso de la “sopapisa” que le dieron, el cerebro se lo convirtieron en calidad mastique, así que su hermana Amada lo nombró Secretario de Policía, Tránsito y Salud Pública de su Estado. 
(Continuará…)