El famoso caso en el que la Suprema Corte de Justicia de la Nación decidió asumir el papel de órgano rector del lenguaje, por encima de la Real Academia de la Lengua, para sentenciar a este columnista a resarcir un supuesto daño moral en contra de Armando Prida por haber utilizado las palabras puñal y maricón, sigue siendo tema de crítica de un número importante de intelectuales de nuestro país.
El hecho de que la SCJN decidiera que el uso de las palabras puñal y maricón era motivo de sanción por considerar que ocasionaban un daño moral sigue generando controversias, pese al sentido irrefutable que en teoría debieran tener las determinaciones de la Corte.
Es determinante que la SCJN no comprendió que el lenguaje representa una de las grandes libertades de las que goza la humanidad, y que no bastaba una resolución para cambiar el sentido del lenguaje y menguar el poder de la palabra.
En ese sentido, a todos los hombres de letras que mostraron abiertamente su indignación por la resolución de la Corte se sumó el lunes pasado Carlos Ortiz Tejeda, quien desde su reconocido espacio en La Jornada “enjuició” a la SCJN por su flagrante intromisión en contra del idioma.
El día de ayer, en el portal Poblanerías, Luis Enrique Sánchez presentó un fragmento del aporte firmado por Ortiz Tejeda, el cual transcribo de manera literal, incluyendo el contexto del director de este portal.
 
Enrique Núñez, Armando Prida, un paradigma para el idioma
Sigue la mata dando, el tema no se agota: de puñales y maricones; putta, puttis. Tocó ahora el turno a Carlos Ortiz Tejeda, bordar sobre el affaire entre Enrique Núñez y Armando Prida y la penosa, demostrado está, intromisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En su colaboración semanal, que aparece los lunes en La Jornada, escribió sobre el tema, el pasado 9 de septiembre.
Es una lectura para disfrutar; larga pero necesaria. Le da una dimensión diferente a la condena de los ministros de la Suprema Corte.
Necesaria la cita, y es solo una pequeña parte:
“Pienso que los señores ministros cometieron un error inicial: confundieron su libro de cabecera y se metieron en honduras: el suyo es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, no el diccionario de la Academia de la Lengua. Su misión es garantizar que los actos de autoridad de cualquier instancia gubernamental se ajusten, rigurosamente, a los preceptos constitucionales. Semántica, ortografía, sintaxis y demás partes de la gramática no están bajo su jurisdicción. ¿Se arrogan los señores ministros la capacidad de evaluar los tropos (figuras del lenguaje) que se utilicen en una parrafada? Imagino una controversia entre dos ilustres togados: No sabe colega qué preocupado estoy, resulta que mi nieta está en la Ibero estudiando Historia de las Religiones, y uno de esos jesuitas, que deben tener a San Ignacio o a San Felipe de Jesús (primer santo, paisano) muertos de la pena (muertos sí), le encargó la lectura de la Sagrada Biblia. Se imagina cuando llegue a Samuel 1: 17, 26, o 18,1 que, dedicado de pleno al hebrew gossip, nos relata que “en cuanto terminó David de hablar con Saúl, el alma de Jonatán se quedó ligada a la de David y le amó […] Jonatán, hijo de Saúl, se deleitaba mucho con David, y cuando éste compone un canto por la muerte de Saúl y Jonatán, se suelta la cabellera (todo para atrás, todo para atrás) y sale de la parte posterior de la tienda (el clóset de entonces) y dice: ‘Jonatán, que me fuiste muy amado. Para mí tu amor fue más maravilloso que el amor de las mujeres’”. Aparece el coro hebreo y exclama: ¡Puñal, puñal!, ¡puñal! ¿Cómo voy a explicar a la nieta mi opinión de censura al agresivo poblano, que a siglos de distancia replicó el calificativo? –Olvídese del Antiguo Testamento- interrumpe el digno interlocutor- seguramente ni el che Francisco lo conoce todo. ¿Qué me dice de estos señores Paz y García Márquez que, validos del premio que les otorgó la Svenska Akademien (el Nobel, por supuesto), se regodean en el uso de vulgaridades: recuerden el poema de Paz: “Dales la vuelta/ cógelas del rabo (chillen PUTAS)…” Y el otro, dedicarle un libro a la memoria de unas putas, nada más porque están tristes. O el chileno este… (Roberto Bolaño, señor ministro), que se atreve a dedicarles unos cuentos a unas putas, pese a reconocer que son asesinas.”
Indiscutible: Enrique Núñez, Armando Prida y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, serán tema durante muchos años.”
 
Tras esta brillante y elocuente cita, Carlos Ortiz hace una nueva y enriquecedora defensa del lenguaje —más que de la expresión—, desnudando a la Suprema Corte y exhibiéndola como una auténtica inquisidora de la lengua.