Históricamente, la vejez se ha reconocido como una edad en la cual las personas se convierten en seres dependientes de la atención o el cuidado de algún ser caritativo o, cuando menos, buena onda.
Físicamente, las facultades de la juventud se han ido al caño y necesitas que te ayuden hasta a subir o bajar del camión, a cargar una bolsita de papitas o a ver si puedes atravesar la calle sin riesgo de quedar en calidad trapo de taller mecánico. 
Pero hoy la vida del viejo es más canija: Si no sabes usar todas las “madres” que trae el celular y no puedes escribir en los mini tecladitos del mentado aparato, ya “valiste”. Ésta es una señal inequívoca de que perteneces al “Titánic”. 
La mayoría de los sobrevivientes a los aquelarres políticos, temblores, inflaciones económicas, “complós”, inundaciones, guerras mediáticas y de a deberás y demás fregaderas sólo usamos el celular para decir “¿bueno?”. Cuando te piden “déjame un mensajito en mi “celu”, es como si te preguntaran a qué distancia se encuentra el satélite más pequeño de Júpiter o cuál es la forma de producir plutonio 270.
El teclado de los celulares está hecho para que escriban las “Barbis” y para aquellos que tienen una visión de 20/20, además de poseer unas falanges robóticas tan sensibles como los pétalos de una gardenia al amanecer.
Si hoy no eres una “chucha cuerera” usando todas las herramientas de tu celular, eres un vil analfabeta electrónico, y pá acabarla de jorobar, cada año tienes que cambiar de juguetito porque ya es obsoleto como tú.
El único consuelo que nos queda a los “muy mayorcitos” es que nos sabemos la letra de “Bese mucho” y “…los cochinitos ya están en la cama…”, además de cinco estrofas del Himno Nacional mexicano y de saber jugar al trompo y al balero.
Tampoco entiendo la razón de ir caminando por la calle o estar tragando tacos con el iPhone en la mano, como si esa tarugada fuese el resguardo de sus genitales. Tengo entendido que esa “madreperla” vibra cuando te llaman… ¿entonces? Por lo general, el mismo matalote que carga el celular en la mano se levanta de la mesa como si le hubieran dado una patada en los bajos y deja hablando solas a las personas con quien estaba. Regresa y pomposamente dice: “Coño, no me dejan ni comer a gusto”.
Es preferible salir sin calzones que salir sin el “celu”. Por eso estamos como estamos: el celular soy yo… ¿Bueno?