El mensaje está ahí, perdido entre el resto de los comentarios apasionados que se cuelgan bajo la noticia de una cornada. En la foto que precede a la nota, se ve al matador Jiménez Fortes prensado contra las tablas por el toro y el pitón deformándole la cara. El torero herido hace una mueca que se engorda porque lleva el cuerno adentro. Los daños ocasionados por el tabaco que le ha agujereado el cuello y atravesado el maxilar son gravísimos.
“¡Es un cate horrendo!”, lamento condolido al terminar la lectura de la crónica. Como en la actualidad se lee de manera fragmentaria, saltó a otras notas referentes  y luego, al video. “El toro se ha quedado” dictamino. “¡No!, el morlaco lo sintió y se ha revuelto en un palmo”, me reviro a mí mismo. De la página electrónica de videos, me voy al parte facultativo. La mayoría de los aficionados no sabemos de anatomía, pero tenemos un conocimiento empírico merced a haber leído sobre tanto y tanto cate dado a los toreros. Lo hemos hecho desde siempre con actitud religiosa. Más que entender las palabras del médico que ha firmado el informe, imaginamos, arbitrariamente, safenas y yugulares rotas, boquetes, trayectorias y destrozos. Como quiera que sea, intuyo que la herida es muy seria, además de dolorosísima. Consternado, sin una duda, comprendo que la vida del coleta está al borde.
Como ya dije, al uso actual en los periódicos digitales, al final de los artículos vienen los comentarios participativos de los lectores. Los hay de los dos bandos, el de los defensores del toreo y el de los antitaurinos. Dentro de estos últimos, como ya es costumbre, van desde los moderados que condenan y afirman que el torero se lo buscó, hasta los perversos y descerebrados que descorchan el champán y piden las orejas del diestro como un premio para el toro. No faltan los que señalan al toreo como una actividad repugnante, hablan de karmas y claman por la muerte de todo ser humano aficionado a la tauromaquia, sin duda, soñando con un paraíso de animalitos en el que los tigres regalen flores a los siervos y las cobras reales bailen para divertir a los ratones.
Sin embargo, un tuit sale de lo común. Ahí, entre la avalancha está el mensaje, claro, sencillo y con su gran carga de humanismo, compasión pura hacia el congénere. Las palabras escritas reflejan el alto sentido del honor y la caridad que posee quien lo ha escrito: “Soy antitaurino, sí, pero oigan, desear la muerte del torero no se vale. Así no se lucha. ¡Ánimo, Jiménez Fortes!”, dice el anónimo escritor.
No sé quién sea. Sólo recuerdo que firmaba con un sobrenombre. Ignoro, obviamente, todo sobre su vida, si es español o hispanoamericano, hombre o mujer, si es una persona rica o alguien que trasiega duro para darse algunos lujos, entre ellos, el dispositivo para subir mensajes a la red social; no sé si chanela algo de toros aunque los repudie, o sabe poco pero, es un hecho, vislumbra algo de la vocación torera y los riegos de salir muy mal parado que ésta conlleva.
Alguien que es leal en la lid posee una dignidad que merece ser exaltada. Me gustaría conocer al autor y decirle, por ejemplo, que unas cuantas palabras escritas en un mensaje electrónico reivindican a todo el género humano. Que personas como él, permiten recordar que aún nos quedan quijotes rebosantes de hidalguía en estos tiempos vulgares y sobrados de tanto sancho panza. Que por ahí, aún viven hombres y mujeres con un alto sentido del honor, capaces de tender la mano al adversario caído para levantarlo, en vez de tundirlo a patadas. Que nos quedan semejantes con actitudes que hacen de la solidaridad y la coherencia una fórmula de vida en una sociedad cada día más infame. Que actitudes como la suya impelen y motivan. Que con sus palabras desmontó prejuicios: personas buenas, nobles y generosas se encuentran en todos los bandos. Me gustaría decirle que con sus tres renglones adecentó la hilada de comentarios y así logró que la humanidad pareciera hermosa y el mundo, un poco más habitable.