Entre 1990 y 2015 la proporción de la población mundial que utiliza mejores fuentes de agua potable aumentó de 76 por ciento al 91 por ciento, pero la escasez afecta a más del 40 por ciento de la población mundial y tiende a incrementarse porque más de mil 700 millones de personas viven actualmente en cuencas en donde el consumo del vital líquido es superior a la recarga, ésto de acuerdo con la Organización de la Naciones Unidas (ONU).
En su plataforma “17 objetivos de desarrollo sostenible para transformar nuestro mundo”, la ONU señala que de 1990 al 2015 un total de 2 mil 600 millones de personas obtuvieron acceso a mejores fuentes de agua potable pero 663 millones todavía carecen de acceso. Contrariamente, al menos mil 800 millones de personas en el mundo utilizan una fuentes de agua contaminadas con materia fecal.
El mismo estudio refiere que 2 mil 400 millones de seres humanos carecen de acceso a servicios básicos de saneamiento como baños o letrinas y, más del 80 por ciento de las aguas resultantes de las actividades humanas se vierten a los ríos y mares sin eliminar los contaminantes. Seguramente por todo esto, cada día mueren 1000 niños como consecuencia de enfermedades diarréicas relacionadas con el agua y saneamiento.
El agua es fundamental para la vida, su disponibilidad asegura el desarrollo de los pueblos, es el soporte de toda actividad humana y garantía para el desarrollo económico. Su escasez es el origen de la mayor pobreza y de una gran cantidad de enfermedades. Sin agua no hay vida, sin agua no hay nada.
Hace unos días me comentaban algunos comisariados ejidales de la mixteca poblana que este año fue muy pobre en lluvias y por esta razón los pozos de la región empezaban a mostrar bajos niveles de agua. Los pozos se están secando, expresaban con preocupación.
Desde finales del siglo pasado ya había evidencias de la escasez de agua. El Río Amarillo de China, el Río Colorado que comparte su agua con 7 estados de la Unión Americana y el Río Bravo que limita a México con Estados Unidos ya no llegaban al mar.
Aquí, en México, hace 60 años había 11 mil metros cúbicos de agua por habitante al año. Hoy, la cifra no rebasa los 4 mil 500 debido, principalmente, al incremento de la población y consecuentemente a una mayor demanda; pero también, debido a la perdida de vegetación y suelo que han reducido la capacidad de almacenamiento en los acuíferos, a las alteraciones climáticas que hacen inciertas, escasas y, frecuentemente, más torrenciales las lluvias.
El ciclo hidrológico está alterado y eso amenaza el futuro de nuestros hijos y nietos.
No hay agua también, porque el tratamiento aún es muy reducido debido al alto costo de las tecnologías y los raquíticos presupuestos destinados a este sector. Ha sido tan fácil enviar las aguas residuales a barrancas y ríos para luego encontrarlas contaminando los mares.
Los presupuestos públicos se han quedado atrapados en la construcción de obras carreteras, puentes simples y segundos pisos e infraestructura de dudoso impacto social a costa de reducir y castigar los recursos para el abasto de agua y su saneamiento. Se ha optado en varias ciudades, como Puebla, por la solución simplista de privatizar el servicio con la idea de que no sea una carga para el gobierno.
Para evitar este tipo de soluciones tan simples, se requiere de formar recursos humanos más pertinentes, capacitar a la población y a los tomadores de decisiones. Se necesitan ambiciosos e innovadores programas de reforestación, inversión en el manejo de cuencas para aumentar la recarga de acuíferos, tratar y reutilizar las aguas residuales y apoyar la tecnificación del uso del agua en la industria y el sector agroalimentario.
Es un aliciente el acuerdo de la Asamblea de las Naciones Unidas, el pasado 25 de septiembre en la ciudad de Nueva York, en donde los estados miembros reconocen que el mayor desafío del mundo es la erradicación de la pobreza, porque sin lograrla no puede haber desarrollo sostenible.
En esta asamblea se acordó la Agenda 2030, y en ella se establece trabajar los próximos 15 años en 17 objetivos mundiales, entre ellos, garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos. Se requiere de conciencia y voluntad política de los gobiernos para obtener estos resultados.
En este contexto, el Papa Francisco advirtió del riesgo de limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos.
¡Feliz Año 2017!