Hoy no tengo idea de qué voy a escribir, siento el alma como trepadera de mapache, lector querido. Lo único que deseo es que tú estés tranquilo y en paz.
Qué difícil es lograr la tranquilidad cuando todo está en tu contra. Para quienes nos rodean, estar en paz es una mafufada, un sueño guajiro, una falta de consciencia, incultura total por creer ingenuamente que la paz puede existir, que la tranquilidad estará bien para cuando te mueras, que la tranquilidad solo la pueden tener los santos y como tú no eres ningún santo, tienes que vivir angustiado, harto, lleno de temores y hasta la madre de la vida. Porque para la mayoría la vida hay que padecerla, es cruel, injusta.
Lector querido, la verdad yo no creo que esto sea así. Hemos vivido miles de años pensando que el poder te hace grande y feliz, que el juicio sobre los demás te hace ser más grande e inteligente, que el pobre jodido es poco menos que un idiota y que nuestro juicio es el único que vale, que lo que yo pienso es la única verdad.
Cada ser que se va, nos deja una tarea muy grande, pensar en uno mismo, no juzgar al que se fue. Pensar en uno mismo, sin justificar sus acciones. Es muy duro, hasta doloroso. Al menos yo he descubierto que pensar en mí me ha embarrado en la nariz un hecho doloroso: se me olvidó vivir, perdonar y perdonarme, porque olvidé que soy un ser único, con un pensamiento único y maravilloso y que tengo albedrío para sufrir como desesperado o vivir plenamente, en paz, lo más en paz que te permita lo que te rodea.
Pudiese no ser tan complejo. Zoroastro proponía: Piensa bien, dilo bien, hazlo bien. Tomando en cuenta que “bien” es aquello que no solo te hace bien a ti, sino a todos los demás, dando lo que tienes y no lo que te sobra.