Los años pesan, los años pisan, los años posan, los años pasan y la vida permanece terca y heroica, a pesar de lo que hacemos con ella, como si el tiempo y la vida fuesen cosa separada.
Cuando uno ha hecho de su vida una desgracia, el tiempo será una losa gigantesca y pesada, sobre todo al acercase el final, pero si has encontrado la fórmula de la paz interna, la cosa cambia porque habrás aligerado o eliminado el peso del rencor, de la envidia, del odio, el miedo y la soberbia que, al fin y al cabo, al fin de cuentas, lo único que nos heredarán es un gran vacío, un hueco en el alma que no lo podré llenar ni siendo gobernador.
La bronca es que cuando uno empieza a vivir, desde chavo te van estimulando a creer que, con esas emociones serás feliz, un triunfador rodeado de fama y poder.
Puede que sea cierto, pero al final, cuando logras esa “deseada” meta, te das cuenta que perdiste la vida a cambio de nada.
Como habrás notado, lector querido, el frío me afecta las neuronas porque atormentan hasta el último de mis entumecidos huesos y entonces hago lo que raramente hago: pensar; acto, por cierto, bastante complejo porque esto de la sobrevivencia es cada día más y más complicado.
Es curioso, pero casi nadie recuerda a Ruiz Cortines, en mi opinión, el único presidente verdaderamente honesto que viviera su vida en discreta media.
Lo que quiere decir que la honestidad —dentro de lo humanamente posible—, jamás te hará famoso ni poderoso, porque el poder es lo único que trasciende en este planeta.
Luego nos quejamos de la contaminación, del aumento bestial en el crimen, de la desforestación, de la hambruna, etcétera, etcétera.
En fin: “El que no transa, no avanza”… Aunque no viva y muera en paz.