El góber había terminado su discurso frente a sus seguidores. El maestro González, se le acercó para decirle que su alocución no tenía parangón. El góber, molesto, llamó a su secretario y le dijo: “Es la última vez que te permito que a mis discursos les falten parangones”.
El maestro González se dio la vuelta y se arrojó de cabeza al barranco a espaldas del templete donde el mentado político había pronunciado su arenga.
Se cuenta que el político en cuestión, minutos después del desafortunado suceso, subió a su helicóptero rumbo a su oficina. En el trayecto dio orden a su secretario particular para que indagara acerca de los parangones hechos en México, ya que él estaba convencido de que los parangones franceses debían de ser de mejor calidad y más apantalladores.
Al día siguiente su secretario particular fue secuestrado por un grupo de maleantes involucrados en el huachicoleo, buscaban un ingreso extra en sus actividades ilícitas. Habían escuchado que el gobierno del estado estaba dispuesto a erogar una fuerte suma de dinero a cambio de parangones. Hoy, el gobierno no sabe si el grupo delictivo logró, o no, sus objetivos.
Aparentemente el último parangón visto con vida fue en el siglo pasado, en Puebla, merodeando los alrededores de la Biblioteca Palafoxiana.
El nuevo secretario de Educación, aún por elegir, tendrá un reto monumental en su labor puesto que ahora los parangones son vistos como historias ñoñas y sin fundamento. Hoy es común escuchar a los políticos vociferar: “Mi parangón” es mejor que el “parangón” del partido contrario o, “mi parangón” es más grande que el tuyo.
Lo último que he sabido de esta historia es que un candidato poblano adquirió miles de parangones para su proselitismo.