Joselito “el Gallo” murió en Talavera de la Reyna el 16 de mayo de 1920. La consternación del mundo taurino ante la muerte del Rey de los Toreros puede resumirse con el mensaje que Guerrita le envió al hermano de Joselito, Rafael Gómez “el Gallo”: “Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. ¡Se acabaron los toros!” (Utrilla, 2015, p.114). Belmonte, también impactado, se alejó de los ruedos.
Los públicos, en cambio, lejos de sensibilizarse por la muerte de Gallito, exigían a los nuevos espadas que estuvieran a la altura de los maestros de la Edad de Oro. Joselito y Belmonte habían revolucionado el toreo pisando terrenos inverosímiles; Gallito tenía un conocimiento y poderío inigualable y Juan se colocaba más cerca que nadie antes. Sin ellos dos, no había corridas que interesaran, así que los empresarios –para atraer a los públicos– hicieron que “creciera” el tamaño y el peligro de los toros. Alameda (1989) se refirió a este fenómeno como la teoría del subibaja, es decir, “baja” el interés por los toreros y “sube” el toro. Al respecto, Corrochano(1961) dice: “Viene Gallito con Belmonte a fijar otra vez la atención, la máxima atención del público sobre el torero, y empieza a bajar el toro, porque el espectador no ve en el ruedo nada más que a ellos. Muere Gallito y se retira Belmonte; el torero pierde interés, sube el toro. (Cuando desaparecen los toreros de época, el público decae, hay una pausa en la Fiesta, que se salva con el toro, hasta que se rehace la afición, como se rehacen las viudas.)”
José María de Cosío lo describe de la siguiente forma:
Las empresas disponían de un número más que suficiente de matadores para hacer sus carteles, sin necesidad de atender a imposiciones ni conveniencias de ninguno, y así, cumpliéndose la ley que considero inmutable, la importancia del toro sube en tanto la influencia del diestro disminuye(Cossio, 1961, p.978).
La combinación de públicos más exigentes, menos sensibles, con toros más grandes y toreros noveles e inexpertos empezó a cobrar vidas. Todavía se lloraba la muerte de Gallito cuando, el 4 de julio de 1920 en la plaza de Lunel, en el sur de Francia, un toro mató a Agustín García Malla (Cerro, 2015). Dos años más tarde, el grito de Manuel Varé “Varelito” ilustra la exigencia de los públicos y el drama en el ruedo. Cuando lo llevaban a la enfermería de la Real Maestranza de Sevilla, Varelito se volvió indignado contra el tendido: “¡Ea, ya me la pegó, ya estaréis contentos!” (citado en Cifuentes, 2016). La cornada fue el 21 de abril de 1922 y Varelito murió el 13 de mayo del mismo año (Márquez, 2015).
Tarjeta postal de volapié de Varelito ilustrada por quien fuera su amigo, el maestro Ruano Llopis |
Otras cornadas fatales en la época fueron las de Ernesto Pastor (en Madrid, 1921), Manuel Granero (también en Madrid, 1922), Manuel Báez "Litri" (en Málaga, 1927) y Curro Puya (en Madrid, 1931). El toro impuesto por los empresarios para atraer al público, las exigencias de los aficionados que añoraban a Joselito y Belmonte y los aún escasos avances de la medicina, convirtieron esta época en la más letal de la historia de la tauromaquia. Entre 1920 y 1940 murieron un total de 11 matadores de toros, 52 novilleros, 31 banderilleros y 9 picadores (Cifuentes, 2016).
De estas muertes, la de Manuel Granero es, quizá, por dramática, la más recordada. Esta tragedia inicia, como lo cuenta Márquez (2015), en el lecho de muerte de su compañero Varelito quien, tras ser herido, fue trasladado a su casa a donde acudieron muchos de sus compañeros a darle ánimo. Entre ellos, Manuel Granero le dirigió palabras de apoyo: "Anda, hombre, que tienes que ponerte bien, que tenemos que volver a torear juntos". "Qué más quisiera yo, Manuel. Yo estoy muy mal y me voy a morir…", le contestó Varelito. A lo que Granero le respondió en tono jovial: "¿Tú te vas a morir? Pues mira, que a lo mejor me muero yo antes".
Y, efectivamente, el 7 de mayo de 1922 (6 días antes de la muerte de Varelito), Manuel Granero toreó en Madrid una corrida del Duque de Veragua alternando con Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda, quien confirmaba alternativa. Eduardo Palacios, en su crónica del Diario ABC, escribió:
Al lancear, a Granero no le fue posible lucirse, porque el bicho, pegajoso y burriciego, se paraba en seco sin seguir el viaje que el diestro le marcaba. “Pocapena” quedó frente al 2, con la cabeza hacia el 3, y allí fue Granero a su encuentro, tanteándole con un pase ayudado, recargando el diestro cuanto pudo; volvió rápido el bicho, y prendiendo al espada por la parte posterior del muslo derecho lo arrojó contra la barrera, quedando la cabeza del diestro bajo el estribo, al lado derecho (del espectador) de la puerta del 3, y como a unos metros de ésta. “Pocapena” dio sobre el bulto una nueva cabezada, entrando un pitón por el ojo derecho del herido y levantándolo muy poco del suelo. El cuerpo del diestro se sacudió en un leve estremecimiento, y los que estábamos cerca adivinamos la catástrofe (citado en Aplausos, 2011).
Manuel Granero, Temporada de 1921. Litografía de Ruano Llopis |
Marcial Lalanda fue el primero en reaccionar al meterle el capote al toro ensañado con Granero. Cuando se lo llevó, se pudo contemplar la atroz escena. Dicen que los propios toreros se taparon la cara para no ver la de Granero destrozada. Lalanda, quien por cierto también había estado presente en la corrida donde Varelito sufriera la fatal cornada, dominó y mató al toro Pocapena. La seguridad y poderío que mostró el toricantano hicieron que, días después, el crítico taurino Maximiliano Calvo, mejor conocido como "Corinto y Oro", escribiera: “Señores miembros del parlamento taurino: el sillón del ilustre Joselito sigue vacante. ¿Quién había pedido la palabra? ¿El señor Lalanda? Don Marcial: su señoría tiene la palabra” (citado en Cifuentes, 2016).
A partir de entonces Marcial Lalanda lideró el inicio de lo que se conoció como la Edad de Plata del toreo. La tauromaquia de Lalanda se basó en una gran técnica con lo que lograba el dominio de los toros. Hemingway dijo de él: “Lalanda puede enfrentarse con cualquier toro y con todos ellos puede hacer un trabajo hábil y sincero. Como torero completo y científico es el mejor que hay en España, es el maestro indiscutible de la lidia actual”(Hemingway, 1999). Lalanda veía el toreo como ciencia. En una entrevista concedida a El País, un poco antes de morir, dijo que el toreo “debe ser técnico, donde la aritmética ha de tener un papel fundamental, poniendo en juego, como un supuesto cálculo de sumas y restas, la exactitud de los terrenos y los tiempos, e inteligentemente lograr la solución de los problemas, teniendo como resultado la perfección de la faena" (El País, 1990).
Lalanda estaba obsesionado con mandar en el toreo y con “ser el más grande”, como dice el pasodoble que, en su honor, escribió el maestro Martín Domingo ("¡Marcial, eres el más grande! / se ve que eres madrileño / rival de Belmonte, José, / Machaquito, Pastor / y El Algabeño”). Pero muy pronto surgieron toreros que lo superaron artística y técnicamente. Incapaz de evolucionar, cuando un torero sobresalía, intentaba bloquearlo. Lalanda, ofuscado con mandar y con quitarse la competencia, fue el autor de uno de los pasajes más negros y lamentables de la historia de la tauromaquia. Para evitar la competencia de Armillita y de otros toreros mexicanos que estaban por encima de él, organizó lo que se conoció como “el boicot del miedo”. De este episodio escribiremos a profundidad próximamente, permítaseme adelantar que es lamentable que la escuela taurina de Madrid lleve el nombre de este personaje.
Lo que es cierto es que la técnica de Lalanda y de otros toreros de la Edad de Planta, junto con la aparición del peto en los caballos en 1927 y el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en 1928, hizo que toreo dejara de ser tan trágico.
Ante la falta de toreros que interesen a los públicos actuales, quizá si los empresarios mexicanos pueden repasar la historia y volver a la teoría del subibaja. Regresar al toro bravo, con trapío y en puntas... Probablemente algunos profesionales en México piensen que esto es una locura, pues hay que protegerse toreando teofilitos despuntados... Pero la historia nos enseña que la mejor forma de proteger la fiesta es darle dignidad y eso se logra con toros bravos y en puntas.
Para rematar y apreciar la idolatría que sentían en Valencia por Manuel Granero, unas imágenes de su entierro.
Y el pasodoble, "Marcial eres el mas grande":