Los seres humanos somos bichos raros. Pienso que esto es por pura autodefensa. Nos hemos acostumbrado a mostrar lo que no somos, tal vez porque cuando hemos expuesto nuestra verdadera esencia nos hirieron profundamente.
Por eso, a veces se nos “hace bolas el barniz”. Nos prohibimos tantas cosas que desearíamos hacer de corazón. Nos negamos el gusto de abrazar a alguien, a esa persona que, sin saber por qué, nos llena de alegría el verla. Nos prohibimos llorar, reír, abrazar con franca ternura a esa persona que convive nosotros. Nos negamos el reposo, prohibimos el derecho a decir, estoy cansado, me siento solo, estoy confundido, quiero amar, quiero sentir un poco de paz.
¿Por qué nos negamos a expresar esas emociones tan simples? Por temor. Por miedo a que nos perciban como personas débiles, indefensos, como niños.
Nosotros mismos hemos creado esas reglas castrantes. Nosotros hemos criticado una y mil veces al pobre de aquel que ha tenido “la debilidad” de decir, abrázame, dime que valgo oro como ser humano, dime que no estoy solo, quiero ir al campo, ver el mar, andar descalzo; ya me harté de mostrar lo que no soy, pero tengo un gran temor a que me aplasten, a que me humillen, como aquella vez” lo hizo otro loco o, loca, que también fue humillada y herida.
Creo que me atrevo a decir esto porque ya no tengo ni canas que peinar y poco o nada que perder; pero quizá, si alguien me hubiese dicho esto años antes, probablemente lo hubiese pensado un poco y viviría con un poco más de libertad.