Me pregunto: ¿Qué sucedería el día en que dejemos de contemplar nuestro ombligo como si fuese una joya, única en el universo? De seguro nos llevaremos una sorpresa marca ACME pues, descubriremos que hasta AMLO y Donald Trump tienen ombligo.
También descubriremos que todos, cada uno de nosotros lo tenemos. Los ombligos humanos vienen en una variedad de formas, colores y texturas impresionantes; van desde los de tipo verruga hasta los saltados, hundidos y apretaditos hasta los coquetos y los que parecen coladeras.
Yo creo que para acudir a votar deberíamos mostrar la huella de nuestros ombligos en lugar de gastar millones de pesos en las tarjetas del IFE que son caras y falsificables. Cuando fuésemos al banco o a arreglar cualquier asunto burocrático no nos saldrían con el clásico “traiga su IFE. “Muéstreme su ombligo”. No dudo que nuestros honorables políticos inventarían algo para decirnos: “Lo siento, su ombligo ya caducó”.
Juárez hubiera dicho: “El respeto al ombligo ajeno es la paz”, y no “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Eso hubiese sido mejor, porque lo del “derecho ajeno” es para nuestros políticos, letra muerta, pero a la hora de encuerarse (para lo que se) verían su ombligo, y quizá —sólo digo quizá—, eso les haría recordar que, a la hora de la hora, todos somos iguales. Humanos.
Desde luego que existirían los clásicos mamertos que presumirían de poseer un ombligo que tienen raíces francesas, o que proviene del linaje de los Habsburgo, por lo que mandarían sacar una foto de “tres cuartos de perfil” de su ombligo para colgarlo en la sala. No creo que las dependencias de gobierno quisieran tener colgada una foto del ombligo del presidente en turno, con lo cual obtendríamos un gran ahorro. (Propongo esta idea para el nuevo gabinete, gratis).