Así, hoy, hablo de mí, y conmigo mismo.
Todo el mundo se arranca las vestiduras proclamando, “El respeto al derecho ajeno” pero, cómo voy a respetar al ajeno si no me respeto ni a mí mismo, a mí cuerpo, a mí mente, ni a mí persona, a mí ser.
Es sabido por todos que nadie puede dar lo que no tiene. ¿Entonces cómo voy a dar respeto? ¿Cómo respetaré el derecho de alguien ajeno a mí persona?
Nos limitamos a creer que con respetar lo que otro piensa y hace, ya cumplimos con dicho precepto (el respeto al derecho ajeno es la paz) pero, no es así, porque cada acción que tome, aparentemente individual, afectará a alguien más, a mi prójimo. Ya sea que pague una mordida o me zumbe tres pepsis en la comida a pesar de ser diabético o, si me fumo un churro, provocaré indirectamente, la destrucción o el dolor de alguien más. Sin duda, estoy pensando en mis derechos, haciendo de mi vida un papalote, pero no he pensado en sus derechos, ni en lo que pueda sucederle a mi prójimo. El error consiste en imaginar que lo que uno haga con uno mismo no le concierne a nadie.
Pienso, que si empezáramos a respetarnos a nosotros mismos, queriéndonos un poco, quizá podríamos alcanzar dicho precepto y tal vez por qué no, hasta podríamos conformar una sociedad armónica, respetuosa y amable. Porque a querer o no, cualquier acción que tomemos haciendo uso de nuestros derechos, afectará invariablemente el bienestar y los derechos del ajeno, directa o indirectamente; porque conformamos un solo cuerpo, llamado humanidad.
En realidad, el respeto al derecho ajeno, tiene como principio, el respeto a mí mismo, antes que nada.