Sin darme cuenta, poco a poco, engalanado con un sin fin de disfraces, he perdido lo más valioso de mi vida: saber quién soy.

Física y mentalmente soy un ser distinto a cada instante, soy un yo diferente para cada miembro de mi familia, para mis amigos; en fin…, es más, yo ya no soy el mismo que era hace un instante cuando empecé a escribir esto.

Cómo sobrevivir con un desconocido a cuestas, cuál de todos esos yoes soy yo: el mal encarado, el risueño, el melancólico, el pensante, el emotivo, el tierno, el ingenuo, el soñador, el temperamental, el despistado, el desconfiado, el alegre, el quejumbroso, el solitario, el sociable, el temeroso, el mentiroso, el franco…soy todos y ninguno de ellos, lo peor, es que todas las personas que conozco, absolutamente todas sobrevivimos con este desconcertante y angustioso mal.

Lo triste del caso es que no nos damos cuenta de esta situación y despotricamos de la gente que no piensa como “nosotros”. Los criticamos y los hacemos “pinole” porque tal parece que esos pobres infelices no tienen idea de lo que dicen o hacen, de acuerdo a lo que “yo” pienso; pero ¿cuál yo es el que está juzgando?, ¿cuál de todos mis yoes es el juez justiciero?

En pocas palabras: ese “juez justiciero y cuestionador” es en realidad un desconocido, uno de los cientos de los yoes desconcertantes que conforman mi ser, un ser que a pesar de los años de convivir en la buenas y en las malas, no conozco; pero que, me ha convertido en un ser único en todo el planeta.

Quizá yo soy todos esos yoes, la cosa está en descubrir “el Yo” que me hace sentir feliz y en paz…