Es contradictoriamente absurdo el creer en algo en lo que no creen los culteranos o los científicos, es mal visto. Es por esto que la mayoría de los que creemos en algo distinto, callamos y procuramos esconder nuestras creencias y sentimientos. Lo absurdo del caso es que, aquellos que cambiaron la historia y la ciencia fueron personas que creían en algo distinto que, para los demás, era absurdo, ingenuo y loco.

Mi abuela me lo dijo: mira mijo; entre más grande es el silencio de la gente, más grandes y escondidas están sus penas y el temor a vivir la crítica o son personas muy sabias…cuídate de tus silencios, compréndelos.

A través de los años he descubierto con pena que he vivido la mayor parte de ella con silencio agazapado en el alma. Aquello que me dijo mi abuela es cierto: el silencio duele y duele más cuando no solo parte de ti, sino del mundo que te rodea.

Y duele más porque, ese “mundo” es el más cercano a ti; toca tu piel, tus pensamientos y emociones íntimas. Además, el silencio en cercanía se vuelve más doloroso. Esa es la soledad de la que hablaba mi abuela la soledad de silenciar cuanto piensas y crees, porque alienta una doble pena: la tuya y la de las personas a las que amas, que al igual que tú, temen la crítica y el descrédito.

Convivimos con personas muy, muy inteligentes pero pocas o, ninguna de ellas, trasciende a formar parte de pergaminos de sabiduría ni santidad: Al final de estas lides, la pena es mía. Lo irónico del caso es que a veces, para que todo cambie y el monótono gris se transforme en rayos de luz dorada, dependerá de una simple sonrisa, un te escucho o, de una cálida caricia que acompañe a la locura de las censuradas creencias.