Distintos historiadores coinciden en que el toreo moderno se gestó en el continuo Gallito-Chicuelo-Manolete (p. ej. Alameda, 1961; Aguado, 1999; Delgado, 2014; Morente, 2018). Pero en esta historiografía del hilo del toreo ligado en redondo poco se ha escrito de la importancia de quien fue el eslabón entre Chicuelo y Manolete: Fermín Espinosa Saucedo “Armillita chico”.
Armillita en un adorno. Oleo de Ruano Llopis subastado por Morton's Action House.
“Armillita chico” fue el pilar de una importante dinastía de toreros. Hijo de Fermín Espinosa Orozco, quien siendo originario de Guadalupe, Zacatecas, decidió establecer su residencia temporal en Saltillo, donde nacieron sus hijos los toreros Zenaido, Juan y Fermín, y José “El Chato”. Este último por un defecto en la vista no pudo vestirse de luces y se convirtió en mozo de espadas (Rodríguez, 1984). Don Fermín originalmente usaba el apelativo de “Campanero”. Lo de "Armillita'' fue una ocurrencia del torero cubano José Marrero “Cheché” por la similitud que al banderillear tenía con el madrileño Esteban Argüelles “Armilla” (Rodríguez, 1984). El apodo hace alusión a la espira que es parte de la base de una columna. Como coincidencia, la dinastía es parte de la columna vertebral del toreo mexicano. En la siguiente figura se observa el árbol genealógico de la estirpe torera.
Dinastía Armillita
Armillita fue un niño prodigio. Arévalo (2011) afirma que tenía un don, una intuición especial hacia los animales que le permitía armonizar el entorno e, incluso, sentir que se comunicaba con los toros, que ellos le hablaban y que él les respondía con el capote y la muleta. Su padre había meditado el toreo frente a bovinos criollos y recorrido las plazas del México de finales del Siglo XIX. Conoció a Saturnino Frutos “Ojitos”, el gran formador de toreros en México, lo que le ayudó a rumiar los secretos del arte de Cúchares (Arévalo, 2011). Fermín padre descubrió el don de su hijo e hizo que desarrollara la técnica matando animales en el rastro y viendo como Zenaido y él mismo bregaban y banderilleaban (Rodríguez, 1984).
Ese don natural, descubierto por su padre, fue la base de su técnica, aplomo y dominio para resolver los problemas de la lidia. Sin darse cuenta, sabía más de lo que le hubieran podido enseñar. Resulta ilustrativa la inocencia con la que narra sus inicio en el esbozo de memorias que le entregó a su amigo Mariano A. Rodríguez.
Un buen día, jugando a las canicas en mi casa, mandaron por mí pues en Tacuba tenían organizada una encerrona, y habían destinado para mí, para yo torearlo, un becerro. Era castaño, no se me olvida. Llegué a la placita de Tacuba justo en el momento en que ya echaban el becerro al ruedo (...) Lo toreé como si hubiera estado toreando a un muchacho. No se me dificultaron ninguna de las suertes que intenté. Todo me salió superior y los comentarios que allí se hacían eran muy halagadores (Rodríguez, 1984, p.261)
Fermín Espinosa "Armillita chico" flanqueado por sus hermanos Zenaido y Juan en 1924. Colección de José Francisco Coello Ugalde. Tomada de La Aldea Tauro https://laaldeatauro.blogspot.com/search/label/armillita.
A los 15 años se convirtió en el líder del escalafón novilleril. Entre 1926 y 1927 recorrió el país triunfando en todos lados. El 17 de octubre de 1927 se despidió de novillero encerrándose con seis novillos en el Toreo de la Condesa. Al domingo siguiente recibió la alternativa de matador de toros, llevando como padrino a Antonio Posadas y a Pepe Ortiz de testigo, con toros de San Diego de los Padres. Tenía tan solo 16 años.
Para Armillita torear era como jugar. Pero su padre sabía que estaba desarrollando el oficio que necesitaría para convertirse en la gran figura. Arévalo (2011, pp. 37-38) asegura que “fueron los años de empezar a ser. Un estímulo inconscientemente vivido, aunque muy gratificante en el caso de Armillita. Porque tenía el don. El don del toreo, que para profesionalizarse se convierte en oficio, es como el don de la voz o del baile. Se tiene o no se tiene. Y en el toreo hay que tener el valor suficiente para que la presencia del animal no impida pensar, y hay que sentir la música de la embestida”.
Pepe Alameda explica que fue formado “bajo la influencia de aquella orientación que Chicuelo había llevado a la tierra mexicana, línea que a su vez procedía de Joselito. Fermín entronca con éste y con la tradición sevillana, que ofrece como ninguna la dualidad de toreros largos y de toreros artistas. Supo ser lo uno y lo otro. Lo recordaré siempre en sus grandes tardes de Bilbao, donde lo vi enfrentarse a toros como locomotoras y a la roca inconmovible de Domingo Ortega; pero también lo recordaré cuando le corrió veinte veces la mano a Pituso, de la Punta en México, en una tarde colosal con Manolete; y en otra, con Clarinero, de Pastejé, al que le hizo la mejor faena que yo le he visto y una de las mejores que vi en mi vida” (Alameda, 1989, p. 228).
Domingo Ortega y Armillita en 1935. Foto de Baldomero Fernández Raigón. Almacén de dibujos 31 en la Academia de Colecciones. Tomada de https://www.academiacolecciones.com/fotografias/inventario.php?id=F-0329.
Es decir, Fermín Espinosa Saucedo, en forma inconsciente, bebió de las fuentes fundamentales del hilo del toreo. De Guerrita y Lagartijo por las conversaciones de su padre con Ojitos, y de Chicuelo que se convirtió en un ídolo desde su llegada a México en 1924, cuando Armillita debutaba como becerrista. Su intuición natural le hizo asimilar la tauromaquia y volverse una pieza clave en la edad de plata en España y el pilar de la época de oro del toreo mexicano, el eslabón entre Chicuelo y Manolete.
Su llegada a España fue mucho más sencilla que la de Gaona y la de otros toreros mexicanos. Juan, su hermano, quien ya estaba colocado como un buen torero, le abrió paso. Incluso le dio la alternativa (en aquel entonces los españoles no le daban validez a las alternativas concedidas en México) en Barcelona el 25 de marzo de 1928, teniendo como testigo a Vicente Barrera y toros de Antonio Pérez Tabernero. Fermín cautivó España desde el inicio. La crítica en Barcelona dijo después de su alternativa: “Armillita chico no es una esperanza, es una realidad. No es niño precoz, es un torero hecho que le queda nada por aprender y en cambio muchas de nuestras figuras podrían aprender de él mucho de lo que sabe y puede (…) Artista indiscutible, valiente sin desplantes, cerca siempre de los pitones, sin trucos teatrales, tranquilo, consciente, torero de la cabeza a los pies (…) ¿Se puede pedir más a un matador con dieciséis años de edad?” (Rodríguez, 1984, p.58).
Confirmó en Madrid el 3 de mayo de 1928 teniendo a Chicuelo como padrino y a Gitanillo de Triana de testigo con toros de Carmen de Federico. El empresario Eduardo Pagés dio su opinión después de la corrida: “me maravilló este muchacho. Yo mismo siento cierto recelo al externar mi juicio, tiempo hay para juzgarlo con más detenimiento, pero tengo conciencia de lo que vi y me parece tan extraordinario. Yo no he visto, desde que se fue Joselito, nada más completo, ni mejor” (Rodríguez, 1984, p.61). En 1928, su primera temporada en España, toreó 47 festejos.
Los siguientes años en la península Ibérica fueroncomplejos para Fermín. En la primera fila estaban toreros cuajados como Chicuelo, Antonio Márquez, Marcial Llanda, Nicanor Villalta, El Niño de la Palma, Cacancho, Gitanillo de Triana, Vicente Rodríguez, así como dos jóvenes de alto impacto por su personalidad y estilo, Domingo Ortega y Manolo Bienvenida. A Armillita lo calificaban de frío. Fermín, con su talento, absorbía lo hecho por otros toreros, lo asimilaba para, después, poderlos superar.
Fermín Espinosa "Armillita chico" en sus primeros años como matador de toros.
Sistema Nacional de Fototecas. INAH. SINAFO, Cat.1462. Tomada de https://ahtm.wordpress.com/2017/02/22/500-anos-de-tauromaquia-en-mexico-siglo-xx-parte-ii/
En 1931 inició la temporada con triunfos importantes en Valencia (dos orejas y rabo) y Granada (cuatro orejas a toros del Conde de la Corte). Pero el parteaguas llegó el 24 de mayo en Madrid una corrida de Terrones alternando con Fortuna y Nicanor Villalta. Armillita se enfrentó a un toro que se defendía, reculaba y que había manseado en el segundo tercio. El periodista Don Quijote describió la actuación de Armillita de la siguiente forma:
El diestro, inmóvil, elegantísimo, con leve juego de muñeca y pequeño quiebro de cintura, atornillados los talones en la arena, se pasó todo el toro por debajo de la muleta en un pase lento y hermosísimo, reflejo exacto del estilo de Gaona, que comenzaba así muchas faenas. Pero lo mejor fue que a ese primer pase primoroso ligó, sin enmendar un ápice el terreno, el alto por la derecha, de cabeza a rabo, y a éste otra vez el de pecho, y al de pecho otra vez el alto, sin que entre ninguno de los cuatro soberbios y ligadísimos pases hubiera la menor enmienda, ni el más ligero movimiento de pies; terminó esta primera serie con un molinete, y una ovación cerrada, corolario de los cinco ¡oles! Estentóreos con que se corearon los cinco pases.
Tras esa brillantísima primera fase de la faena, la muleta quedó en la mano zurda, y el torero y el toro en el mismo terreno que diera comienzo el trasteo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco naturales en redondo, ceñidos, mandones, perfectos, rematados con el broche clásico del toreo en redondo: el pase de pecho. Entonces retumbó la ovación con verdadero fragor. A partir de aquí, la faena derivó hacia el adorno, abriéndose el mismo diestro al toro, con pases de tirón hacia el tercio, y la coronó con un volapié ejecutado con claridad y perfección” (citado en Arévalo, 2011, pp. 106-107).
Hasta entonces, el toreo con la izquierda, por naturales había sido, como norma y en el mejor de los casos, un pase de “parón”, o sea, con los pies clavados en la arena en el momento del embroque. A veces, muy pocas, con la embestida toreada hasta el remate, porque casi siempre, el torero debía abandonar el sitio, dado que el toro no continuaba su embestida (…). A partir de Chicuelo, estos naturales, cortos pero completos, sí se ligaron en redondo, con el compás casi cerrado, el torero vertical y perfilado. Pero no se habían dado nunca como Armillita lo hizo en Madrid aquel 5 de junio de 1932. Dejándose ver el diestro en el cite, con la muleta retrasada, hasta situarse entre los dos pitones en posición de medio pecho y compás abierto, avanzando después la muleta lentamente y, muy adelantada ésta, meciendo los flecos, cuyo levísimo toque prendía la embestida del toro, que muy ceñido, rozando el vestido del diestro, entra en el embroque, se deslizaba hacia adentro y muy largo, para ser rematado su viaje por detrás de la cadera del torero en el momento en que un giro de muñeca dejaba al toro en la misma posición y la muleta presentada de igual forma que en el primer cite, para así embarcar de nuevo la embestida en cuatro naturales más, rematados con el forzado de pecho (Arévalo, 2011, pp. 115-116).
Pase natural de Armillita al toro "Centello" en la vieja plaza de Madrid. Foto publicada por el semanario Mundo Gráfico el 8 de junio 1932. Tomada de http://lafiestaprohibida.blogspot.com/2012/04/armillita-chico.html.
A partir de entonces Armillita no sólo se convirtió en la primera figura del toreo mundial, sino en el evolucionador del toreo a base de series de pases naturales. Morente (2017) sintetiza la dialéctica del toreo moderno: “Y cuando el toreo en redondo se ha perdido desde Pastor a Belmonte y desde Machaquito al Gallo, llega Joselito y lo redescubre, lo recrea, lo restablece y se lo pasa a Chicuelo y a Armillita... y a Manolete que todos en esa fuente bebieron”.
Domingo Delgado de la Cámara (2012) coincide al afirmar que había dos líneas de interpretación del toreo: “Joselito y Belmonte fueron los toreros modelo y referencia de la generación de la Edad de Plata. Los seguidores de Joselito eran toreros poderosos y de largo repertorio. Los seguidores de Belmonte eran toreros fundamentalmente artistas. Toreros estilistas, como entonces se decía”. El historiador explica que erróneamente en España se ha dicho que el sucesor de Gallito fue Manolo Granero y, aclara, que Armillita fue más poderoso y largo (Delgado, 2012).
Armillita era un torero completo. Dominador cabal de los tres tercios y un creativo que hizo aportaciones a suertes de capa como la saltillera, y de muleta como el molinete de rodillas. Lo caracterizó una increíble sencillez, pero al mismo tiempo una combatividad que hacía que, en el ruedo, no se dejara nunca ganar la partida. Al igual que su increíble tauromaquia e insólita precocidad, su saber ser, saber estar y saber colocarse, dentro y fuera del ruedo, resultaron categóricos frente a las verbalizaciones apuradas, la politiquería del medio y los juicios simplistas que intentaban calificarlo de poderoso pero frío.
Molinete de rodillas en un oleo de Ruano Llopis. Colección particular de la familia Armillita tomado de Arévalo (2011, p.251).
En sus primeros años de carrera, antes de cumplir los 22 años, Fermín Espinosa “Armillita chico” ya se había convertido en un torero clave en la historia de la tauromaquia. Con sus aportaciones, consolidó la faena ligada en redondo, clave en el toreo moderno. Armillita tendría muchos más triunfos clamorosos en Barcelona, Madrid, Valencia y otras ciudades de España, los envidiosos harían politiquería para impedir que toreara en las plazas españolas, así que se quedó en México donde protagonizó la edad de oro del toro mexicano. De eso hablaremos en artículos posteriores. Por lo pronto, dejo a Plácido Domingo interpretando el pasodoble que Agustín Lara le escribiera a Armillita.