Cuando el domingo 1 de julio de 2018, los habitantes del Municipio de Puebla salieron a las urnas, lo hicieron enojados. Hartos de los problemas de inseguridad. De la mala calidad de los servicios. De la poca respuesta que recibían de sus autoridades.
Azuzados por un discurso polarizado, que ponía al candidato presidencial de Morena a la cabeza de las preferencias y cuya fortísima imagen se derramaba hacia los demás candidatos de esa coalición (que se formó con la suma del PT y el PES en prácticamente todo el país), los mexicanos votaron no necesariamente por las mejores opciones, sino por aquellas que se diferenciaran más de lo que había sido hasta entonces su constante, al menos en apariencia.
La hoy Presidenta Municipal de Puebla capital, Claudia Rivero Vivanco, alcanzó poco más del 46 por ciento del total de votos efectivos emitidos, llegando al encargo con un sólido bono democrático que no se traducía sólo en confianza, sino en la exigencia de un compromiso cabal para cumplir y no fallarle a los poblanos.
Apenas tomaba el encargo, y a Claudia ya se le dificultaba la labor de gobernar. Para los primeros días de enero, a menos de un mes de haber asumido, el ambulantaje le cobró la primera factura política, pues a pesar de la inconformidad generalizada con la presencia del comercio informal e itinerante en gran parte de las calles del centro del municipio, Rivera hizo poco o nada, limitándose a acusar a los gobiernos anteriores.
Sin mover un dedo respecto a las problemáticas del municipio, la alcaldesa viajó en febrero a Viena, a un “Coloquio sobre Ciudades Patrimonio”, acompañada de su Gerente del Centro Histórico, Liliana Martínez, erogando al menos 40 mil pesos por persona sólo en viáticos.
Para marzo, la situación iba de mal en peor. De acuerdo con los reportes del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), en los primeros tres meses de 2019 en contraste con 2018, el gobierno de Rivera Vivanco no tenía una estrategia para reducir las incidencias en violencia familiar, que alcanzaba el 108 por ciento de crecimiento comparado con el año anterior; y de violaciones, que presentaban un aumento del 46.8 por ciento. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) en el estado, Carlos Montiel Solana, consideró “alarmante” la inseguridad que se vive en el municipio.
Los pésimos resultados se acompañaron del descrédito de su mismo partido. Para mediados de mayo, el legislador local panista Oswaldo Jiménez presentó una solicitud para revocar el mandato a la alcaldesa, toda vez que era “incapaz de gobernar”, además de no poder “controlar el repunte de los índices delictivos”.
Desacreditada, abandonada y severamente cuestionada tanto por propios como extraños, la última jugada de Claudia Rivera se evidenció en los pasados comicios extraordinarios del 2 de junio. Miguel Barbosa, el candidato de la coalición que la hizo alcaldesa, perdió en la capital poblana las elecciones, donde los habitantes prefirieron votar por Enrique Cárdenas antes que por Barbosa Huerta.
El vocero de campaña del ahora gobernador electo, Carlos Meza, la acusó de alta traición y de haber apoyado al candidato de la coalición PAN-PRD-MC, apuesta que le resultó fallida pues Miguel Barbosa ganó la gubernatura.
Lo cierto es que es difícil comprobar que la alcaldesa de Puebla jugó en contra de su candidato, al menos activamente. Pero sí se puede asegurar que los malos resultados y su errática gestión fueron un factor decisivo.
La democracia representativa nos permite, como ciudadanos, premiar a los representantes y funcionarios públicos que tienen la capacidad para cumplir sus promesas y detonar el desarrollo de la región de su encargo. Pero también nos faculta para castigar, a través del voto, a aquellos que le han quedado cortos a tan alta encomienda.
Sería sencillo decir que lo veíamos venir. Pero eso no basta. Este es, más bien, un llamado a la reflexión. ¿Queremos seguir siendo gobernados por personas que no pueden con el tamaño de la empresa que representa dirigir un municipio, estado o país? Nosotros, el electorado, no somos insensibles. Sabemos lo que se necesita. Triste es que quienes están en el poder no puedan (o quieran) reconocerlo. Lo que nos queda, es recordarles, que nada es eterno. Que vienen nuevas elecciones. Que los estamos vigilando. Que queremos resultados. Porque los merecemos. Que exigimos compromiso, porque fue lo que pedimos.