Las tripas se me retuercen cada vez que escucho que alguien dice, con tono socrático, con profunda sabiduría: “así, es la vida”. Generalmente, el mentado y desgarrador, “así es la vida” se manifiesta cuando ha sucedido algo inesperado, triste o inusitadamente afortunado.

La sentencia “así es la vida” se enuncia con la mirada perdida, como si por un instante de iluminación divina se nos revelase una verdad absoluta.

Creemos que la vida es una especie de ruleta o una “montaña rusa” que nos desgreña el alma. Olvidamos que la vida es mucho más que nuestra soberbia existencia, puesto que la vida también es el contaminado aire que respiramos, no solo los infortunados de Chernóbil sino el planeta entero, la vida en su conjunto: los árboles, los desertificados bosques, el contaminado mar —gracias a la planta nuclear de Fukushima— y a las pruebas de bombas nucleares que se han lanzado al mar volviendo locos a los peces y contaminando las aguas. Obviamente, aparecen virus y pandemias inesperadas, obviamente, las hambrunas aumentan en un planeta al que a la vida se le desdeña.

Son millones de animales a los que se priva de eso que llamamos vida, millones de seres humanos mueren de hambre diariamente o son muertos en las calles y en las guerras: vidas que se pierden. “Así es la vida” o, ¿así somos nosotros, los humanos, soberbios depredadores de ella?… “Así es la vida”, la vida simplemente se da o se nos da no pide nada a cambio ni busca apoderarse de nada.