Así es, el miedo no anda en burro, anda en mí. Supongo que si el miedo se apodera de mí es porque yo lo he permitido, pero, ¿qué es el miedo?, una emoción o es un cálculo adivinatorio de posibilidades más o menos factibles que tienen como base mi propia circunstancia de vida, ese río sin memoria que mantiene cientos de seres en mi alma, millones de historias, promesas y momentos que han hecho de mi lo que ahora soy: un reloj, al que tal parece le quedara cuerda suficiente para hacerme sentir un poco de cordura que amenaza en convertirme en amante irredento de este tiempo de vida, un tiempo que convive dentro de otro tiempo sin principio ni fin.
Eso soy yo, un intangible, que al final de este tiempo, aprendió a amar, a reverenciar a ese tiempo y sus memorias, río interminable que nuevo a cada instante permanece fiel a mí andar muchas veces en contra de sus admoniciones. Sordo a sus consejos he rodado tantas y tantas veces que las aguas se tiñeron con el rojo de mis necedades, de mi ego “todo poderoso”.
Después de esto, estoy tan seguro de que el miedo no ande en burro puesto que todo indica que el burro he sido yo. Por mi ceguera, por mi sordera a la amorosa guía de la vida a la que he culpado una y mil veces de mis heridas y angustias de muerte. Si tan solo hubiese escuchado…