El ajetreo regresó a Casa Aguayo. El histórico edificio de la 14 Oriente, en desuso desde que el Partido Acción Nacional arribó el poder con un gobernador con pretensiones presidencialistas, lo que obligó a dejar los asuntos de la gobernabilidad en subalternos que cambiaron según la coyuntura e intereses del momento e inmediatos.

La sede del gobierno en la que despacharon al menos siete titulares de Gobernación en los últimos ocho años es un hervidero de gente la mañana del jueves: escoltas, reporteros de la fuente de gobierno, visitantes, embajadores —llegó el de Chile, Domingo Arteaga, por ejemplo—, y hasta Marco Mena, gobernador de Tlaxcala.

En la parte alta del inmueble en una oficina de la esquina norte el gobernador que está por cumplir un mes al frente de los asuntos del estado, el 1 de septiembre, Miguel Barbosa convoca a integrantes del gabinete, asistentes y todo tipo de visitantes. La premura en cada uno de los rostros que ahí se concentra es notoria.

En este lugar no despachaba un gobernador de tiempo completo desde que terminó su periodo Melquiades Morales Flores, hace 14 años, en 2005 y de esa época para los días que corren la historia que se ha escrito podría llevar un sugerente título: castigo y odio.

El priista Mario Marín Torres dejó de aparecer en la misma sede cuando en 2006 estalló en sus manos el escándalo por la orden de aprehensión de la autora del libro Los Demonios del Edén, Lydia Cacho. Desde entonces sus apariciones fueron esporádicas, casi inexistentes por el repudio cosechado.

Casa Aguayo se convirtió en un histórico edificio semivacío. Como metáfora del abandono del estado, sólo uno que otro distraído o desinformado acudió desde ese entonces en la búsqueda de una solución a un problema particular, una gestión que jamás encontró respuesta.

Si acaso un adormilado uniformado que atinaba apenas a levantar los hombros, en forma negativa y sin más prisa que terminar su turno.

Intramuros hubo épocas en las que el inquilino en turno se entregaba al dispendio en momentos en que había apremio para resolver urgencias del momento; en cambio, la frivolidad, el gesto insensible, los tragos en exceso y la grilla palaciega.

Los días de tedio terminaron en Casa Aguayo cómo símbolo inequívoco del cambio de régimen, necesario por donde se le vea.