Cosas de la vida, el miércoles empezó el “Segundo Coloquio Internacional Taurino. Quinientos años, encuentro de dos culturas”, y al llegar a Tlaxcala poco antes de la inauguración, me enteré de que a las seis de la mañana de ese mismo día, el presidente López Obrador anunció que hará una consulta popular para ver si se prohíben o no, las corridas de toros. Tiene huevos la cosa pensé, eso es igual a hacer una consulta para que los mexicanos elijan entre que se repartan gratis, libros o boletos para el fútbol. Al carajo los libros. Como soy aficionado a los toros, me dije, hoy empiezo a ser parte de una minoría acosada por el poder.
En el coloquio, formé parte de la mesa “La ecología del toro bravo” junto con Marcos García Vivanco, Manuel Sescosse, ganaderos de San Mateo y Boquilla del Carmen respectivamente, el médico veterinario Benjamín Calva, y tuvimos el honor de que nuestra relatora fuera América Montoya, periodista y comentarista de televisión. Les voy a compartir en dos partes lo que allí dije y que he adaptado para publicarlo:
“México no es puramente indígena ni tampoco español, es el sincretismo de muchas culturas y el mestizaje de muchas sangres. Leonardo da Jandra, afirmó en su libro La mexicanidad: fiesta y rito: “Mexicanidad e hispanidad, hispanidad y mexicanidad son conceptos que se trasvasan entre sí.” Así lo creo y me siento orgulloso de esta fusión, dentro de la que la tauromaquia ocupa un lugar preponderante y que a través de los siglos ha adquirido una personalidad tan característica, que en el ámbito taurino internacional se reconoce una escuela mexicana del toreo y dentro de la misma, la belleza singular de la tauromaquia tlaxcalteca.
Hace cuatro mil doscientos millones de años, aproximadamente, se dio el origen de la vida en nuestro planeta. A su vez, el Saranantropus, que vivió en África siete millones de años atrás, es nuestro primo ancestral, -aunque de algunos parece primo hermano- una especie a medio camino entre el hombre y el chimpancé. La comparación es atroz y rebasa nuestra capacidad de imaginación, son sólo siete millones contra cuatro mil doscientos millones de años. No es el planeta Tierra el que está corriendo peligro, somos los seres humanos los que estamos cerca de verle las patas a las mulitas, pero antes de irnos, nos habremos cargado a decenas de miles de especies, además habremos arrasado con millones de hectáreas de bosques y selvas, y dejaremos hechos una desgracia ríos, lagos y mares. Nos hemos equivocado y más nos vale que cada quien, desde su propia circunstancia, enmiende la plana.
Las ganaderías de toros bravos son santuarios de preservación de la fauna y la flora silvestre. El toro, por su bravura y por las condiciones tan particulares requeridas en su crianza, es un guardián natural del medio ambiente. Los potreros y dehesas conforman miles de hectáreas en el mundo.
Una vez establecidos los puntos de correlación, para adentrarme en el tema, fundamento esta ponencia en tres definiciones: La primera, el ecologismo es una ideología que defiende la búsqueda de formas equilibradas con la naturaleza, para el desarrollo tecnológico, económico y social, empleando energías renovables que no contaminen la tierra ni el aire ni el agua.
Por su parte, el ambientalismo engloba a aquellos movimientos sociales que tienen como objetivo la preservación del medio ambiente.
Tercera, el animalismo es la teoría que defiende la idea de que todos los animales tienen los mismos derechos que los seres humanos, por lo tanto, la vida de todo animal debe ser respetada del mismo modo que se respeta la vida de hombres y mujeres.
Estas definiciones me llevan al planteamiento de dos premisas: La primera, es que, lo quieran reconocer o no, nuestros antagonistas, los verdaderos taurinos, somos sin duda alguna, ecologistas y ambientalistas. Nosotros amamos el hábitat del toro bravo y por tanto, reverenciamos a la naturaleza.
Mi segunda premisa es que los antitaurinos no son, en la mayoría de los casos, ni ecologistas ni ambientalistas y ni siquiera animalistas -el término les queda muy grande-- son opositores de las corridas de toros y nada más.
Si existiera una congruencia real entre lo que defienden y lo que hacen, un animalista está obligado a convertirse en vegano y si, por ejemplo, una plaga de ratas invade su casa, antes que deshacerse de ellas, está obligado a aprender a convivir con Remy la de Ratatoille y que las ratas hagan la sopa.”
Hasta aquí me quedaré por ahora, estos son los matices básicos. La última parte, la semana que entra.