La sensación que queda al final, es que a uno le han visto la cara. Un domingo más en el que se ha perdido el tiempo lastimosamente. Les cuento: Empezó el serial taurino más importante de México y apareció el primer toro por la puerta de los disgustos. Era una hermana de la caridad de una bondad extrema, tanto que en varias ocasiones, en vez de tirar derrotes cuando tenía la muleta al alcance, la besaba reverencialmente. Tomar la alternativa con un bobo así, es como recibirse con una monografía en vez de una tesis y además, fusilada del “Rincón del Vago”.
Antes de la corrida, José María Hermosillo declaró a los medios, que le hubiera gustado haber toreado más y que razón tiene. Sí que le hace falta. El penitente de la cofradía de la Dulce Mansedumbre, que le tocó en suerte para su alternativa, estaba en su punto, bien armado en cornivuelto, poquita presencia, noble y obediente, y pudo ser toreado a placer, pero Hermosillo, verde que te quiero verde, no supo o no pudo aplicarse, aunque, sí le pegó pases bonitos, pero insulsos. Nadie, ni él mismo, se explica por qué le ofrecieron la alternativa. Yo no lo sé de cierto, pero supongo… -hoy, amanecí en modo poético, por eso voy de García Lorca a Jaime Sabines- que le ofrecieron la alternativa, para que sirviera de telonero a las figuras españolas. A ver, quién dice que no, si nunca torea y si se atreve a un desaire, no vuelve a ver un pitón en toda su vida.
En su segundo, que ofrecía dificultades, vimos al joven perdido en el océano de la incertidumbre y pasando más miedo que un vecino de la colonia Linda Vista llegando a su casa. El toro de Julián Hamdan -para los de a pie fueron de esta casa- le mandó varios emails informándole que le quitaría los pies del suelo y así fue; lo trompicó en la estocada, pero como el toro tenía cero codicia, se tocó con el capote de Christian Sánchez y no hizo por el torero tendido en el suelo. El recién doctorado se salvó de haber estrenado su título con una cornada.
Antonio Ferrera y Diego Ventura no encontraron la habitual sosería en la paradisiaca Plaza México, plan todo incluido, y tuvieron que sudar un poquito la ropa. Antonio Ferrera tiene que presentar una reclamación a la agencia de viajes, porque el segundo de la tarde era un manso de libro pero genioso y el torero español se tropezó con que había que trabajar en plenas vacaciones.
Por su parte, Diego Ventura dio una muestra de lo que es el rejoneo contemporáneo, más parecido a una función de circo. Los preciosos caballos perfectamente domados dieron espectáculo, pero no todo fue buen toreo. El caballista prolongó la corrida con un toro de regalo en el que por clavar las banderillas en el suelo y después de dejar una estocada trasera, le dieron una orejita. Cuando descabalgó, nos brindó el deprimente y caricaturesco espectáculo de ser perseguido por el toro que en vez de cornadas, le tiraba empellones con el hocico; lo que se entiende con un poquito de lógica: si le dan serrucho a la mitad de los cuernos, para derribar a su adversario no tiene más defensa que el morro.
Leo Valadez, con más empaque que antes, dejó firmado un quite de lujo con chicuelinas, caleserinas y una brionesa, que valieron mucho la pena. Además, con la muleta estuvo poderoso y artista.
Hemos matado la emoción de la lidia: Toros mansurrones para una afición mansurrona y tolerante, a la que cada año, le aprietan más el nudo, porque exigir es incómodo. La pasividad de los asistentes, la anuencia de los borregos, da pie para que los lobos avancen sigilosos sabiendo que nos conformamos con una parodia. Aunque, pensándolo bien, los espectadores no tienen para qué saber de toros ni el deber ni las ganas de exigir nada. Si los espadas españoles vienen a divertirse, el público también tiene ese derecho. Aquí, la verdad del toreo ni está ni se le espera, ¿para qué? Así estamos bien.