No somos más conformistas porque no podemos. Pero mi axioma se cae: ¡sí podemos!. Al llegar el siguiente domingo, comprobamos que -siempre superándonos a nosotros mismos en lo negativo- somos más conformistas todavía: ¡Qué cachondeo, oigan! qué risa. Unos sentados en la plaza y otros frente a la televisión, por ignorancia, torpeza, ingenuidad, por livianos y otros, por docilidad, lo que ustedes quieran, con casta de borregos aceptamos sumisos lo que nos dan y así, nos convertimos en cómplices de los villanos de esta malísima película que se llama Toros en la México.
Así, nos asociamos a los promotores de la mediocridad y adoptamos como cosa nuestra las paparruchadas más insostenibles, como eso de soltar los duendes y del arte sublime encima de cualquier otro valor. Y ahí vamos, imparables, contentísimos de que nos hayan visto la cara con la mayor desfachatez. El corazón repleto de la belleza presenciada nos ciega, sin darnos cuenta de que estamos matando eso que amamos apasionadamente y que nos convoca a esa convención semanal de Conformistas Unidos por la Fiesta, ONG que no es minoría.
La corrida del domingo pasado fue un fraude monumental, que no se le ocurre al político mexicano más despierto. Nos roban, se burlan de nosotros y lo festejamos con un júbilo que, como la espuma, sube, sube, desborda los vacíos tendidos generales de la Plaza México y escurre por las columnas contaminando a los que ni siquiera asistieron a la plaza. Los felices espectadores lo comentaron en directo, por teléfono y en las redes sociales.
Don Javier Bernaldo, José Antonio Morante de la Puebla, Joselito Adame y El Calita han puesto a la fiesta de toros del asco. Con una corrida que tuvo facha de una eralada bien comida, corniausente y con la casta de un osito koala. Los caracoles que mandó la ganadería de Bernaldo de Quirós salieron descastados, débiles y con la movilidad de la casa, todo lo que sirvió para darle una patada en la horquilla a la suerte de varas. Por su parte, la juventud y el descaste de los animalitos dio otra patada ahí mismo, donde la virilidad sustenta su vigor. Hubo toritos que doblaron con la divisa sin una mancha de sangre, porque el rasguño con que probaron su inexistente bravura no alcanzaba a escurrir.
¡Qué bonito y qué blandura!. Morante con el colmillo de una morsa, que se decide con el camotito que repetía noblote, compuso la figura y soltando a los mentados duendes y hasta las condenadas hadas, que corta una oreja con un animalito que, pues sí, tuvo clase en su embestida; Joselito Adame por torear descargando la suerte, con el pico de la muleta y echando el toro para fuera, cortó otra. El Calita mostró un toreo más frío que un sherpa abandonado en el Himalaya y luego, tirando descabellos como ametralladora, repartió fajos de argumentos que abonan a la crueldad del toreo.
Un asco de corrida que dejó felices a los asistentes y también a los que no fueron a la plaza. Ojalá, un día nos acordemos que merecemos respeto y nos indignemos ante el fraude y no tanto, porque la gente lance los cojines a la arena. Con nuestro conformismo, la trampa de la mansedumbre nos la tragamos sin pelar y a cambio, ellos, como polillas desaforadas, nos comieron la pobre madera de nuestra afición.