Hemos hecho todo lo posible por sobresalir en la vida, por ser alguien por encima de los demás, por el éxito social o económico, por el reconocimiento o quizá sólo por sobrevivir. Grave error, porque en el proceso por alcanzar estas metas se nos olvidó lo básico: vivir.
Y, así dejamos el pellejo en el camino, dejamos el hígado, el páncreas, el corazón y demás vísceras con lo que olvidamos la alegría de dar y recibir un abrazo cálido o el amoroso vivir y dormir en paz.
Desde pequeños, por un motivo o por otro, a propósito o sin quererlo, jamás nos dijeron que lo importante de la vida era el vivirla feliz y plenamente, nunca nos guiaron para saber y encontrar qué es lo que en verdad podría hacernos felices de acuerdo a nuestras propias habilidades y gustos.
En realidad lo que hicieron fue transferirnos sus propios temores y frustraciones. No digo que lo hicieran a propósito o por mala onda, sino más bien porque eso mismo fue lo que les sucedió a ellos en el pasado.
Ahora ya somos adultos responsables de nuestro destino quizá ya sea un poco tarde para cambiar de rumbo, pero siempre podremos cambiar nuestros hábitos y, al hacerlo, podremos cambiar el rumbo de nuestras emociones que, son las que al fin y al cabo, nos hacen pedazos la vida.